Discursos, ideología, poder y hegemonía

Esta revisión bibliográfica abordará los conceptos de ideología, hegemonía, y poder, desde el campo de los estudios del discurso, considerando principalmente los aportes de Ruth Wodak y Norman Fairclough. Comprende comentarios a la idea de hacer política (resistir, subvertir) a través de los discursos, y acerca del quehacer investigativo desde una postura crítica.

Discursos

Ruth Wodak y Michael Meyer (2016), a través de los estudios críticos del discurso, definen los discursos como usos relativamente estables del lenguaje que sirven la organización y estructuración de la vida social. Así, los discursos serían la imbricación de textos en el “ejercicio, reproducción, y negociación de las relaciones de poder, y en los procesos ideológicos y la lucha ideológica” (Fairclough, 1995c, p. 94), siempre enunciados en una relación dialéctica con las situaciones, instituciones, y estructuras sociales que los enmarcan (Wodak y Meyer, 2016, p. 6).

Si entendemos como discurso al uso del lenguaje como una práctica social (Ibíd., p. 7), Fairclough (1995a) analiza estas enunciaciones como eventos discursivos enmarcados en la reproducción o transformación del legado de una ideología dominante (Ibíd., p. 10). En otras palabras, el orden social es expresado mediante una faceta discursiva, al imprimirse sobre los discursos las prácticas socioculturales correspondientes al contexto hegemónico y su legado histórico (Ídem). Así, los discursos, en tanto prácticas sociales, son enunciados en continuidad con la historicidad propia de los órdenes del discurso; es decir, en consonancia con la ideología dominante, pero su naturaleza textual posibilita que ciertos discursos puedan hacerse parte de la re-escritura del orden del discurso (Ibíd., p. 11). Esto significa que las prácticas discursivas son performativas, en el sentido de que son a su vez constituidas y constituyentes del orden del discurso en el que se enmarcan, ubicando a las prácticas discursivas como prácticas sociales claves tanto en la reproducción de la ideología como en la oposición a su tendencia hegemónica. Entonces, los discursos son entendidos como prácticas sociales, ya que, en el acto de representar o nombrar (objetos, identidades sociales y relaciones entre sujetos y grupos sociales), puede operar en reproducción del statu quo, o bien, contribuyendo a su transformación al representar nuevas configuraciones sociales sobre la realidad. Esto implica que el discurso construye un puente en el debate entre agencia y estructura, justamente debido a que el discurso es a la vez socialmente constitutivo y socialmente condicionado (Wodak y Meyer, 2016, p. 6).

El discurso puede producir convenciones que son comprendidas como “sentido común” o “conocimiento dado”, dando lugar a la naturalización de ideologías y al sostenimiento de hegemonías (Fairclough, 1995c, p. 81), por ejemplo, al institucionalizar ciertas formas de referirse a un fenómeno o actor, o una determinada etiqueta al interactuar dentro de un margen institucional. Estas convenciones contienen saberes y creencias ideológicas, y posicionan a los sujetos que participan en al interacción en una determinada relación de poder (Fairclough, 1995c, p. 94), y al ser naturalizadas, reifican dicho orden social, reproduciendo dimensiones ideológicas de la hegemonía.

Ideología

Los discursos son cómplices de la reproducción del orden actual de cosas, particularmente mediante su rol en la reproducción o interrupción de la reproducción del sustrato representativo e interpretativo de la realidad social, que es la ideología. En términos generales, ambos conceptos –ideología y discurso– son significantes que indican la estructuración de subjetividades mediante la constitución e instauración práctica de sistemas de creencias y saberes (Wodak y Meyer, 2015, p. 9). De acuerdo cones Van Dijk (1998, citado en Ídem), la ideología refiere a representaciones y actitudes acerca del mundo social que constituyen esquemáticamente la cognición social. De acuerdo con Fairclough (1995), estas representaciones del mundo social reproducen las relaciones de poder, dominación y explotación existentes (Wodak y Meyer, 2016, p. 9).

El enfoque crítico del análisis del discurso de Fairclough (1995a) entiende al concepto de ideología de forma negativa, en tanto se trataría de un medio para reproducir las relaciones de poder (Fairclough, 1995a, p. 17). En otras palabras, la ideología, en tanto representación e interpretación del mundo social, sería instrumental para reproducir la dominación, principalmente por parte de la clase burguesa o de un bloque capitalista en el poder. Por lo tanto, siguiendo a Fairclough, los discursos devienen ideológicos debido a su contribución a la reproducción de relaciones de poder funcionales a la dominación social (Ibíd., p. 18), expresadas en representaciones, proposiciones, y suposiciones que afectan las relaciones de poder (Fairclough, 1995c, p. 80). Más aún, al representar un cierto aspecto de la realidad social de una manera determinada y no de otra, los discursos resultan ideológicos, en tanto dicha representación toma distintas formas según el origen social desde el cual se enuncia (Fairclough, 1995b, p. 31). Dicho de otra forma, lo ideológico representa e interpreta la realidad de una manera, volviéndola inteligible a través del lenguaje, pero siempre con un sesgo o perspectiva que, de acuerdo a Fairclough y el marxismo en general, tiene una fuerte correlación con la posición social (socioeconómica, de género, y en el entramado del resto de las relaciones de poder) del sujeto que enuncia al discurso. Esto puede indicar que Fairclough se enmarca en una perspectiva estructuralista, que niega que la realidad surja de las ideas (Ibíd., p. 73), y a grandes rasgos, que “el lenguaje construye realidades”, al proponer que las estructuras económicas, políticas, y discursivas constriñen el factor constitutivo del discurso (Ídem). La enunciación discursiva será una práctica social situada en una estructura material que determina en gran medida su contenido y alcance.

En Language, Ideology and Power, Fairclough (1995b) profundiza su operacionalización del concepto de ideología dentro de una matriz lingüística. El texto inicia reconociendo el componente oposicional propio del orden del discurso de las instituciones sociales pluralistas (Ibíd., p. 24), conformando una jerarquía entre formaciones ideológico-discursivas, las cuales se enfrentan, interceptan y sobreponen dentro del campo de las ideologías, en pos de naturalizar las relaciones de poder que les son favorables. Ello da lugar a un constante proceso de (re)estructuración del complejo ideológico (Ibíd., p. 76), el cual no es sólido, sino que responde al enfrentamiento práctico de discursos e ideologías, las cuales a su vez responden a intereses de grupos sociales posicionados en distintas ubicaciones dentro de las relaciones de producción y las relaciones de poder. En este sentido, el orden del discurso alberga la faceta discursiva e ideológica del equilibrio inestable que es la constante lucha por la hegemonía (Ibíd., p. 77), y por consiguiente, las prácticas discursivas refieren a los enunciados que transforman o reproducen al orden del discurso con sus relaciones de poder determinadas (Ídem).

Hegemonía

La hegemonía es el dominio que ejerce una alianza entre clases sociales y otros grupos a través de múltiples planos de la sociedad (políticos, culturales, económicos e ideológicos) (Ibíd., p. 76). Se alcanza mediante la conformación de estas alianzas en un bloque, que a su vez logra integrar de manera consensuada a los grupos sociales dominados por el bloque (Ibíd., p. 78) a través de una naturalización de la ideología dominante en el sentido común de las clases dominadas. En este sentido, la hegemonía se construye sobre un equilibrio que radica en la contingencia de las alianzas conformadas, y por lo tanto, es de naturaleza temporal e inestable (Ibíd., p. 76), abriendo la posibilidad de resistencia y subversión a su dominio.

El concepto de hegemonía puede entenderse un célebre fragmento de Karl Marx, en La ideología alemana (1974, p. 50):

“la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante. (…) Las ideas dominantes no son otra cosa que la expresión ideal de las relaciones materiales dominantes.”

De acuerdo con Althusser, la ideología opera ocultando su naturaleza ideológica, volviéndose un sentido común naturalizado (Fairclough, 1995b, p. 82), tal como si la ideología fuese algo inexistente. Siguiendo a Marx, la ideología es, entonces, la expresión normalizada de las relaciones materiales dominantes; es decir, del producto del dominio de una clase sobre otra, en el campo de las ideas. Entonces, para Althusser, una ideología es efectiva al reificarse de forma inconsciente e implícita a través de las prácticas sociales (Ibíd., p. 76). El ejemplo paradigmático de la naturalización de prácticas sociales a través de la hegemonización de una ideología puede encontrarse en el análisis del fetichismo de la mercancía que realiza Marx en El Capital (2002, p. 90):

“…el que los hombres relacionen entre sí como valores los productos de su trabajo no se debe al hecho de que tales cosas cuenten para ellos como meras envolturas materiales de trabajo homogéneamente humano. A la inversa. Al equiparar entre sí en el cambio como valores sus productos heterogéneos, equiparan recíprocamente sus diversos trabajos como trabajo humano. No lo saben, pero lo hacen.”

En el sentido común se depositan los efectos de las luchas pasadas por la reestructuración del complejo ideológico, por lo que se torna en un objetivo político para su reestructuración en el presente (Fairclough, 1995b, p. 76). El objetivo de la hegemonía, entonces, es dominar en los distintos dominios sociales al volver opaco el funcionamiento de la ideología que le es utilitaria a la reproducción de las relaciones de poder que son del interés de los grupos que conforman el bloque en el poder. La función del Estado –controlado por el bloque– es la de velar por la hegemonía de una cultura, moral, y marco regulatorio que velen por los intereses de la clase dominante (Fairclough, 1995c, p. 93), volviéndolo en un órgano de instauración y legitimación de la dominación de clase por excelencia.

Poder

Fairclough conceptualiza poder –desde un punto de vista negativo– como las asimetrías entre las entidades participantes de los eventos discursivos, y también como su desigual capacidad para controlar la producción, distribución, y el consumo de los textos (1995a, p. 1). En este sentido, entiende este control como la capacidad para sostener determinadas prácticas discursivas ideológicamente investidas por sobre otras (Ibíd., p. 2); es decir, en la capacidad material de hacer circular los discursos de forma efectiva.

El autor relaciona al poder, en tanto relación social, con la ideología. Esto distingue su conceptualización con la de Foucault (Ibíd., p. 17), al poner el foco en las relaciones de dominación en el marco de su funcionamiento interseccional dentro del sistema social (Ibíd., p. 18); es decir, un poder que no se ubica únicamente en los individuos y sus tecnologías (como es el caso foucaultiano), sino en las prácticas sociales de grupos y clases que conforman alianzas devenidas en hegemonía, como veremos más adelante. Así, el poder puede resultar de la coerción que surge de la desigualdad de recursos entre los sujetos que interactúan (Wodak y Meyer, 2016, p. 10), pero también es una característica “invisible” del sistema social, teniendo como resultado la estructuración de los deseos y las creencias de los sujetos (Ídem), los cuales adquieren formas particulares en las subjetividades individuales en tanto los sujetos se sitúan un sistema social cuyas características han sido constituidas mediante relaciones de poder históricas y estructurales (siguiendo a Foucault 1975; Giddens 1984; y Luhmann 1975; citados en Wodak y Meyer, 2016, p. 10).

Entonces, el poder reproduce la dominación social, en tanto las interacciones y los discursos son enmarcados en situaciones de disparidad de recursos y desiguales posiciones dentro del marco social, las cuales benefician, imposibilitan, e incluso condicionan lo posible no sólo por el riesgo de sanción asociado, sino porque la sociedad misma adquiere una forma que vuelve viables ciertas prácticas sociales en desmedro de otras. En este sentido, el rol del discurso en la circulación del poder es crucial, puesto que el discurso produce y reproduce la dominación de ciertos grupos sociales por sobre otros (Ibíd., p. 9), al implementar el poder en la sociedad a través del lenguaje y la práctica social discursivamente mediada, como elementos claves de la conformación de la microfísica del poder (Ibíd., p. 11). A través del discurso, el poder como dominación puede ser expresado (Ibíd., p. 12), y sus premisas institucionalizadas como saber, en tanto articulación de una perspectiva particular respecto del mundo social proveída de autoridad.

El análisis de los cuatro textos nos lleva a identificar un énfasis en la teorización de Fairclough (1995), apoyado por los planteamientos de Wodak y Meyer (2016), acerca de la capacidad particular del discurso para disputar el sentido común instaurado por la hegemonía, y resignificar la realidad al enunciarse en contraposición a los designios de la ideología dominante y las convenciones institucionalizadas.

Si las representaciones y construcciones que los discursos hacen acerca de la realidad social son instrumentales en reproducir la dominación (Fairclough, 1995a, p. 17), también pueden serlo en subvertirla. Ello puesto que los discursos que contienen representaciones, proposiciones y presuposiciones que afectan las relaciones de poder, bien pueden sostener o socavar las relaciones de poder (Fairclough, 1995c, p. 80); es decir, el lenguaje es un recurso de disputa política, en tanto la ideología no opera mecánicamente sobre los actores, sino que éstos, proveídos de agencia, reflexividad y conciencia, pueden utilizarlo para desafiar las prescripciones sociales erigidas a través de otros discursos ideológicos. El discurso, entonces, puede tener un uso subversivo en el sentido político, al introducir nuevas categorías sociales al orden del discurso a modo de transgresión de las existentes, o bien, ofrecer distintas maneras de significar un determinado aspecto de la realidad (Ibíd., p. 78) otrora fijado de cierta manera por la ideología, posibilitando así nuevas distintas formas de interpretar la realidad social, y nuevas posiciones para los sujetos dentro de la estructura social, desestabilizando las relaciones de poder discursivamente reproducidas. Visto de otra manera: en tanto los discursos producen relaciones de poder desiguales (Wodak, 2016, p. 6), también es posible que puedan resistirlas, e incluso, abolirlas al erradicarlas del repertorio social.

La función constitutiva del lenguaje descansa en la posibilidad de representar la realidad desde la perspectiva de una ideología contrahegemónica; es decir, poder nombrar nuevos objetos, relaciones, identidades, y posiciones que desafíen las existentes. Pero en un contexto de hegemonía, donde el bloque en el poder posee los recursos y medios que lo envisten de un poder discursivo mayor, las opciones de resistencia se reducen. Si bien el cambio discursivo puede llevarse a cabo mediante enunciaciones al margen de la esfera del poder, su performatividad se verá mermada si dicha discursividad radical es incapaz de reificar sus representaciones de la realidad en instituciones. El proceso de re-estructuración del complejo ideológico (Fairclough, 1995b, p. 76) supone un conflicto de gran escala con los poderes fácticos que conforman el bloque en el poder, por lo que la resistencia abandona la dimensión del lenguaje, pasando a la dimensión política, puesto que la oposición ya no es meramente entre discursos ideológicos, sino entre sujetos y organizaciones sociales disputando el sentido común desde posiciones y privilegios desiguales, muchas veces utilizando medios no-lingüísticos (por ejemplo, violencia) para hegemonizar su ideología e inclinar el orden del discurso a su favor. En este aspecto, cabe poner en duda la idea de dualidad de las estructuras (Giddens, 1981, citado en Fairclough, 1995b, p. 35) –la cual entiende que las estructuras sociales son simultáneamente condición para la acción y producto de la acción–, en vista de que la teoría presupondría una circulación ininterrumpida entre enunciación y (re)producción de la estructura social. En la realidad, los discursos son enunciados en contextos políticos, imbricados en una estructura social que, como bien identificó Fairclough desde su paradigma marxista, determinan materialmente sus efectos (ya sean reproductores u opositores al statu quo). La relación dialéctica entre estructura y evento discursivo (Ibíd., p. 73), de formación y re-formación del discurso, se encuentra con la barrera innegable de la materialidad que provoca que los grupos subalternos, las minorías, y las y los oprimidos simplemente carezcan de las capacidades para siquiera enunciar su propia perspectiva. Entonces, desde una perspectiva material, los discursos desde abajo rápidamente se ven reprimidos, o su alcance fuertemente limitado. Pero también, desde arriba la hegemonización de la ideología dominante puede tomar un arraigo material tal que la propia idea de resistir o subvertir la estructura carezca de sentido para los estratos oprimidos (la idea ortodoxa de falsa conciencia). La performatividad del discurso se ve mermada por la correlación de fuerzas desfavorable en los que se inserta.

Desnaturalizar ideologías implica, según Fairclough, evidenciar la determinación estructural de las propiedades del discurso, así como la determinación ejercida por el discurso sobre las estructuras sociales (Fairclough, 1995b, p. 27). Una teoría social de pretensiones críticas debe procurar analizar y esclarecer la opacidad ideológica que posiciona a un sistema de creencias y prácticas en la posición hegemónica, elucidando sus naturalizaciones, volviendo evidentes las determinaciones sociales producidas por los discursos (Fairclough, 1995b, p. 28), y manifestadas a través del lenguaje (Wodak y Meyer, 2016, p. 12). Esta teoría crítica debe producir conocimientos y herramientas que revelen las estructuras de poder y desenmascaren las ideologías (Wodak y Meyer, 2016, p. 8) naturalizadas y vueltas opacas, posibilitando la emancipación mediante el ejercicio de una reflexividad (Ibíd., p. 7) que vuelva posible formas de concientización y organización que debiliten los efectos profundos de la ideología sobre el tejido social. Esto presupone atacar la inconsistencia posicional derivada de la institucionalización de la hegemonía, para así erradicar la falsa consciencia, y, en su lugar, permitir que los sujetos logren concientizarse acerca de sus propias necesidades e intereses (Ibíd., p. 7). Siguiendo a la 11ª tesis sobre Feuerbach, escrita por Marx 1845, la teoría con pretensiones críticas no puede agotarse en la descripción, sino que debe procurar proveer explicaciones intencionadas hacia la resolución de las problemáticas sociales, y ello implica un estudio crítico de los discursos íntimamente relacionado a la práctica política.

Referencias

Fairclough, N. (1995a). General Introduction. In: Fairclough, N. (1995). Critical Discourse Analysis: The critical study of language. New York: Longman.

Fairclough, N. (1995b). Language, Ideology and Power. In: Fairclough, N. (1995). Critical Discourse Analysis: The critical study of language. New York: Longman.

Fairclough, N. (1995c). Discourse, change and hegemony. In: Fairclough, N. (1995). Critical Discourse Analysis: The critical study of language. New York: Longman.

Marx, K. (2002). El capital. Crítica de la economía política, 1/I: El proceso de producción del capital. Buenos Aires: Siglo XXI.

Marx, K., y Engels, F. (1974). La Ideología Alemana (5 ed.). Montevideo: Pueblos Unidos.

Wodak, R., y Meyer, M. (2016). Critical Discourse Studies: History, Agenda, Theory and Methodology. In: Wodak, R., y Meyer, M. (2016). Methods of Critical Discourse Studies. SAGE.