“El Rastro de los Huesos”, las desapariciones forzosas desde dos perspectivas

Un miércoles 24 de marzo de 1976, se toma el poder del gobierno de Argentina la Junta de Comandantes, integrada por los militares Jorge Videla, Emilio Massera, y Orlando Agosti. La junta instituyó una dictadura militar que posicionó a las Fuerzas Armadas por sobre la corte suprema y el poder judicial, posibilitando un poderío casi total sobre la nación. Con el objetivo de combatir actos “terroristas” e inhibir la oposición política en pos de su “Proceso de reorganización nacional”, la dictadura cívico-militar argentina inauguró nueve años de autoritarismo y violación sistemática de los derechos humanos, caracterizados por la represión de participantes de organizaciones políticas de izquierda, individuos y grupos considerados opositores o subversivos, dirigentes estudiantiles, intelectuales críticos del régimen, y otros ciudadanos y ciudadanas que tuviesen relación con ellos. Siguiendo la doctrina de seguridad interior de la Escuela de las Américas, la dictadura argentina arremetió contra su población mediante detenciones, persecución, tortura, desaparición forzada, censura y manipulación de informaciones, entre otras.

Con la vuelta a la democracia el año 1983, se constituye la Comisión nacional sobre la desaparición de personas (CONADEP), la primera comisión de verdad en el mundo, cuyo objetivo fue investigar y esclarecer las gravísimas violaciones a los derechos humanos cometidas sistemáticamente por el Estado durante el periodo dictatorial. Dicha comisión recibió constancia de 8.961 personas en situación de desaparición forzada, cifra compuesta en un 70% de varones y 30% mujeres (3% de ellas embarazadas), 30,2% de trabajadores y 21% de estudiantes, un 43,23% del total teniendo apenas entre 16 a 25 años, 62,0% habiendo sido secuestrado desde su domicilio, y apresados en 340 centros clandestinos de detención, en los cuales se realizaban interrogaciones, apremios y torturas rutinarias en pos de extraer información vital para el funcionamiento de la máquina represiva.

Un año después, en 1984, y aún en un contexto de inestabilidad política e institucional, las Abuelas de Plaza de Mayo, agrupación destinada a la localización e identificación de los casi 500 niños desaparecidos por la dictadura, se contacta con la Asociación Americana por el Avance de la Ciencia para iniciar la titánica tarea –novedosa en América Latina y el mundo– de exhumación e identificación de las decenas de miles de cuerpos ejecutados por el terrorismo de Estado depositados inhumanamente en fosas comunes, fundándose dos años después el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF).

En dictadura, eran los periodistas quienes llevaban a cabo las investigaciones que la justicia se negaba a realizar. En 2010, Leila Guerriero –destacada periodista, escritora de no-ficción y editora– recibe el premio CEMEX Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano por su crónica El rastro en los huesos. En ella, entrevistas a las y los jóvenes miembros del Equipo Argentino de Antropología Forense se entrelazan con anécdotas del trabajo de campo realizado por dicho equipo, escenas de la investigación que realizan en sus dependencias, e historias sobre la fundación de esta institución, crucial para la lucha por la verdad y la justicia en materia de derechos humanos en Argentina y pionera en la aplicación de métodos científicos al servicio de dicha causa en el mundo.

Contexto

El uso de métodos violentos de coerción y represión por parte de la dictadura puede ser interpretado como un mecanismo de dominación efectiva del campo del poder, en principio necesario para llevar a cabo el “Proceso de reorganización nacional” que inspiró al golpe, y posteriormente para mantener su dominación y reprimir la reacción y la protesta. Su consecuencia inmediata fue básicamente el terror estatal como estrategia para coercionar la reestructuración social e institucional de la nación, e inhibir el resurgimiento de movimientos políticos de izquierda y opositores al proyecto de la junta.

Terror estatal:

El terror estatal se identifica por el uso de la violencia como método para la eliminación del enemigo político. El uso de violencia como un recurso sistemático de dominación política tiene un efecto de disciplinamiento general de la población, entendido como la internalización bajo amenaza de los valores, ideas y comportamientos afines y reforzados por el sistema, así como la represión de aquellas interpretadas por el Estado como intolerables.

Este terror es efectuado a través de las capacidades institucionales y técnicas el Estado, poniendo los recursos y la información de inteligencia estatal a favor de un proyecto de dominación política, sesgando gravemente la posibilidad de disputa: el aparataje Estatal posee una clara ventaja en el enfrentamiento a grupos políticos disidentes, por más radicalizadas que sean sus manifestaciones. De esto se desprende que la violencia estatal sea incompatible con la democracia. Es más, el ejercicio del terror estatal se enmarca en una suspensión de la legalidad afín al desempeño de la violencia unilateral.

Llevado a la práctica, el terror impone o reprime comportamientos afines a su proyecto nacional, internalizando el terror en las conciencias individuales del pueblo reprimido y, en última instancia, promoviendo el individualismo –basado en la sospecha, el entorno hostil, la violencia ejemplar y la amenaza, y la represión directa de determinados grupos sociales– que deviene en la desarticulación del tejido social. (Ministerio de Educación de la Nación Argentina, 2010, p. 27)

Desapariciones forzadas:

Las desapariciones forzadas distinguen al terrorismo de Estado de otras formas de violencia estatal según las implicancias simbólicas intrínsecas a este crimen de lesa humanidad. El objetivo de la desaparición forzada es borrar el nombre y la historia de determinados sujetos y grupos sociales, como método de remoción de dichos actores del campo político y del repertorio simbólico colectivo, garantizando la hegemonía fáctica e ideológica de la dictadura. Una desaparición niega la humanidad de sus víctimas al obliterar su identidad e historia personal a tal grado que niega la posibilidad misma de su muerte, llevando forzosamente a la oposición al silencio de las fosas comunes y los cementerios clandestinos, relegándolos a la invisibilidad (Berger, 2008, p. 24). Bajo el mismo objetivo, el método de ejecución imposibilita a las familias y las comunidades afectadas a vivir el duelo que corresponde a la pérdida, y, convenientemente, elimina todo rastro de los autores del crimen. La dictadura no sólo buscó inhibir la transmisión de ideales subversivos, sino que también eliminar todo rastro de los portadores de dichos ideales.

Jorge Rafael Videla, teniente general del ejército argentino y presidente de facto designado por la junta golpista, se refirió al destino de las víctimas de desaparición forzada en 1979, como…

“…una incógnita. Si reapareciera(n), tendría(n) un tratamiento equis. Pero si la desaparición se convirtiera en una certeza, su fallecimiento tiene otro tratamiento. Mientras sea desaparecido no puede tener tratamiento especial, porque no tiene entidad, no está ni muerto ni vivo» (Meler, 2007, en Berger, 2008, p. 24).

La ejecución política llevada a cabo como desaparición forzosa no es meramente otra técnica más de eliminación del enemigo, sino que una técnica destinada a la anulación de su ser, llevándolo hacia la incertidumbre mediante su desidentificación. Dicha anulación remite a la imposibilidad del desaparecido de morir.

No se trata tan sólo del ocultamiento de los asesinatos y de cómo se llevaron a cabo, sino de la negación de la condición humana de los asesinados desaparecidos. El reclamo loco de “aparición con vida…” no es tan loco; aplasta al asesino contra el salvajismo de sus propias palabras. (Jinkis, 2006)

La inhabilitación física y orgánica cometida por el terrorismo de Estado técnicamente refiere a un secuestro y no una ejecución manifiesta, pues su única expresión pública fue la desaparición en la vía pública o el lugar de residencia, y culmina como una incertidumbre, caracterizada por la eliminación corporal y simbólica del sujeto, que no es sino el ejercicio de la limpieza del “ser” nacional a la que la junta aludía como motivación.

Dinámica entre desidentificación e identificación

Las detenciones se llevaron a cabo por agentes sin placa, removiéndolos de sus domicilios, inserciones territoriales y militancias sociales y políticas, en centros de detención sin reconocimiento oficial, asignándole un número a cada detenido o detenida, y destruyendo deliberadamente la documentación que significara evidencia del paso de los cuerpos por los procesos de interrogación y tortura o de quienes se vieron involucrados. Los agentes de represión estatal efectuaron un procedimiento de des-identificación contra las y los detenidos desaparecidos, a quienes se les deshumanizó simbólicamente mediante el aparataje discursivo del régimen, así como se les deshumanizó literal y físicamente al hacerlos desaparecer desde sus hogares para vertirlos hacia la incertidumbre, ocultos bajo un pacto de silencio que dejó sus cadáveres a la espera de los antropólogos forenses.

Con el tiempo, el cadáver deviene en osamenta, y en este proceso biológico acontecido metros bajo tierra la identidad silenciada bajo intereses políticos deviene aún más invisibilizada. Con el tiempo también retorna la democracia, e inicia el trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense. Su trabajo remitió a la identificación de los cuerpos hechos desaparecer, donde el reunir los distintos marcadores forenses que asocian un conjunto de osamentas empolvadas con la identidad de una víctima puede interpretarse como una re-identificación de su identidad, al devolver un nombre a un cuerpo, devolviendo un cuerpo a una persona, y una persona a una familia y a una causa. Mercedes Salado, en la pluma de Leila, lo explica:

“Encuentras la identidad de una persona. Es la respuesta que la familia necesitaba desde hace tanto tiempo… y ya. Y eso es todo.” (Guerriero, 2010, p. 8).

Debido a que las circunstancias de las ejecuciones fueron ocultas, y la osamenta descubierta antes que la víctima como sujeto, los cuerpos encontrados no son percibidos inmediatamente como muertos, ya que la muerte nunca se supo consumada:

“Después, con una sonrisa suave, (Mercedes) dirá que tiene un trauma: que no puede meter cráneos dentro de bolsas de plástico, y cerrarlas. ‘Me da angustia. Es estúpido, pero siento que se ahogan’.” (Ibíd, p.8)

El encuentro del cuerpo enterrado pareciera consumar por primera vez su muerte. En la exhumación, los antropólogos y antropólogas se enfrentan la memoria colectiva respecto de la multitud de víctimas con la singularidad de una experiencia, superando la reducción de los casos al sufrimiento colectivo (Feierstein, 2012) al desarrollar el íntimo proceso de re-identificar los restos humanos con la identidad de un familiar o un cercano. Miguel Nuevas dice al respecto:

“Cuando empezás a investigar un caso terminás conociendo a la persona como si fuera un amigo tuyo. Necesitás poner distancia, porque todo el día relacionado con esto, te termina brotando.” (Guerriero, 2010, p. 10)

La posterior relación con las o los familiares enfrenta dos perspectivas ante las osamentas desenterradas. Notificar a las y los familiares acerca de la resolución de la incertidumbre de su ser querido expone a las y los miembros del EAAF con una perspectiva distinta ante la muerte, donde los familiares transgreden la aparente distancia entre la vida y la muerte al resolver una parte del destino del ejecutado y asimilar la muerte del mismo por primera vez:

“‘Josecito’, decía, y tocaba los huesos. (…) La forma de tocar el hueso era tan empática. Y de repente dice ‘¿Le puedo dar un beso en la frente?’ (…) trece años después de haberlo visto por última vez, al fruto de su vientre lo besó en los huesos” (Guerriero, 2010, p.9).

El beso de la madre rompe el vacío que genera la desaparición forzada: trece años después busca y besa besa piel donde ya no hay.

Intereses:

Con el pasar de los años, el trabajo de la EAAF se vuelve urgente, pues empiezan a fallecer las y los familiares interesados en la verdad que brindan las exhumaciones, y los muertos empiezan a perder la relevancia que tenían (Guerriero, 2010, p. 13). Bajo el discurso de reorganización social, y de forma similar a otras dictaduras latinoamericanas, la dictadura argentina posicionó la figura de la familia en el centro de su encuadre interpretativo, comprendiendo la sociedad como constituida por estas unidades (Jelin, 2007, p. 41). Así, y en un contexto de desarticulación del tejido social e internalización del terror, el interés familiar por la verdad y la justicia devino la única configuración válida capaz de expresar protesta contra los crímenes de lesa humanidad (Jelin, 2007, p. 44), debido a sus motivaciones expresamente familiares y sólo tangencialmente políticas.

Organizaciones de madres, abuelas, hijas/os y hermanas/os se posicionaron ante las desapariciones y ejecuciones, planteando sus denuncias y demandas en términos de parentesco. Estas familiares cercanas son quienes van quedando como únicas interesadas en el producto del trabajo del EAAF. La demanda por la verdad, a diferencia de la demanda por justicia, es significada como inherente a las y los parientes de las víctimas (Jelin, 2007). Este familismo en la lucha por la verdad y la justicia respecto de víctimas del gobierno militar argentino responde a un concepto de verdad despolitizada, que obtiene legitimidad sólo desde la posición de familiar o afectado/a directo/a, objeto de la privatización de lo social y lo político acaecido por el proyecto terrorista del Estado dictatorial. Por consiguiente, el oficialismo cede un espacio legitimo a las reivindicaciones familiares feminizadas en tanto demandas surgidas desde la esfera privada de la sociedad, originadas con un motivo familiar y no primeramente político, habilitando por ende a nuevas agrupaciones de actores políticamente relevantes, en este caso mujeres abocadas a la demanda por verdad y justicia, organizadas en las agrupaciones de familiares de víctimas.

Propuesta de pregunta de investigación

En base a esta conceptualización y problematización del caso expresado en la crónica “El rastro de los huesos” de Leila Guerriero, se plantea la siguiente pregunta de investigación:

¿De qué manera las desapariciones forzadas cometidas sistemáticamente por la dictadura argentina dan lugar a distintos relatos acerca de la muerte de las víctimas: (1) en la percepción de incertidumbre de las y los familiares respecto de sus víctimas, y (2) en el proceso de (re)identificación llevado a cabo por el Equipo argentino de antropología forense (EAAF) y su posterior enfrentamiento con las y los familiares?

La pregunta busca indagar exploratoriamente en aspectos que salen a la luz en la problematización de la crónica periodística. La crónica ofrece una perspectiva distinta de un levantamiento de datos común, al venir imbricada con contenido político, una diversidad de aproximaciones temporales que recaba información de distintos momentos y contextos, plantea relaciones novedosas entre actores del texto y problematizaciones implícitas, y además incluye el factor literario, cuyos simbolismos posibilitan evidenciar conexiones entre variables que no suelen ser evidentes a simple vista.

Metodologías de investigación propuestas

Como forma de abordar la pregunta de investigación planteada, nos enfocaremos en la participación protagónica de dos grupos en el desarrollo de la crónica: familiares y antropólogos forenses, ambos en relación con el Estado dictatorial. El objetivo sería recabar y comparar los significados desarrollados por ambos grupos acerca del ejercicio de desaparición forzada, para posteriormente analizar la relación entre ambos relatos. Para satisfacer este objetivo, se propone utilizar entrevistas cualitativas semiestructuradas en profundidad:

En primer lugar, las entrevistas desarrolladas individualmente a familiares de detenidos/as desaparecidos/as que hayan identificado sus cuerpos, indagarían en los significados que elaboraron respecto del trato que el Estado dictatorial ejerció para con sus víctimas en tres momentos: (1) previo a su desaparición (por ejemplo, si temieron por su integridad debido al terrorismo de Estado, si reconocían al familiar como un enemigo objetivo del Estado), (2) durante el tiempo en que la víctima se mantuvo desaparecida (preguntando por afiliación a agrupaciones de verdad y justicia, explicación personal de la tragedia, duelo o ausencia del mismo, percepción del Estado respecto del crimen), y (3) luego de conocer el paradero de su víctima e identificar sus restos (consultar su experiencia de la noticia por parte del EAAF, reconfiguración de su relato acerca de la víctima, duelo o segundo duelo, evaluación de su percepción del Estado). En resumidas cuentas, la información a recabar sería acerca de la forma en que las y los familiares interpretan el destino –sea desaparición o muerte– de sus seres queridos en relación al contexto temporal y la información disponible.

En segundo lugar, las entrevistas con el grupo de antropólogas y antropólogos forenses pueden ser grupales, con una focalización en el momento intersubjetivo del enfrentar su relación laboral respecto de la muerte (el trabajo forense como una actividad política, un trabajo necesario que involucró riesgos políticos y una cargas emocionales diversas) con la relación afectiva respecto de la muerte que manejan las familias, contraponiendo así ambas perspectivas.

De esta manera, se propone una metodología cualitativa que ponga en diálogo los relatos de dos grupos respecto de un solo fenómeno de violencia política y genocidio, ambos grupos encontrándose en distintas esquinas del conflicto, tanto temporal como emocionalmente, y ocupando distintas posiciones y perspectivas respecto del imaginario colectivo acerca de los detenidos desaparecidos, pero que se vieron relacionados de forma consistente en las exhumaciones y sus resultados.

  • Referencias:

  • Leila Guerriero. «El Rastro de los Huesos». En: Gatopardo (2010)
  • Berger, V. (2008). La búsqueda del pasado desde la ausencia: Argentina y la reconstrucción de la memoria de los desaparecidos en el cine de los hijos. Edición Digital a Partir De Quaderns De Cine.
  • Jelin, E. (2007). Víctimas, familiares y ciudadanos/as: las luchas por la legitimidad de la palabra. Cadernos Pagu.
  • Jinkis, J. (2006). “Ni muerto ni vivo” (fragmento de un artículo publicado en la revista Conjetural, Nº 44, 2006), Página 12.
  • Feierstein, L. (2012). Por una e (sté) tica de la recepción: La escucha social frente a los hijos de detenidos-desaparecidos en Argentina. HeLix: Heidelberger Beiträge Zur Romanischen
  • Guarini, C. (2002). Memoria Social e imagen. Cuadernos De Antropología Social.
  • Ministerio de Educación de la Nación Argentina. (2010). Pensar la dictadura: terrorismo de Estado en Argentina. (F. Lorenz & M. C. Adamoli, Eds.) (pp. 1–186). Argentina.
  • CONADEP. (1984). Informe de la Comisión Nacional sobre la desaparición de personas. Argentina: Eudeba.