Disatisfacción corporal en cuerpos femeninos racializados

Cortney S. Warren, en Body area dissatisfaction in white, black and Latina female college students in the USA: an examination of racially salient appearance areas and ethnic identity (2014), se propone estudiar la disatisfacción corporal de mujeres blancas, latinas y afroamericanas, poniendo énfasis en las características corporales salientes de las minorías raciales. Este énfasis se debe al diagnóstico de la existencia de un sesgo metodológico en los estudios de disatisfacción corporal, donde los instrumentos metodológicos tienden a basarse en apariencias y corporalidades blancas y europeizadas, excluyendo metodológica mente la medición de factores corporales étnicos y raciales que son importantes a la hora de estudiar la evaluación que tienen estos grupos respecto de sus cuerpos racializados. Es por esto que la metodología de su paper utiliza instrumentos aptos para la medición de características de apariencia racialmente salientes, las cuales son definidos como aspectos de la apariencia física que son cruciales en determinar la clasificación como miembro de un grupo racial (p. 542). La investigación pretende responder cómo la raza y el vivir en una cultura históricamente racista influye en la disatisfacción corporal en distintas áreas corporales. Por disatisfacción se entiende la auto-valoración negativa de la apariencia física (p. 538), produciendo un descontento que muchos autores consideran de carácter normativo para occidente (Rodin et al., 1984). La perspectiva racial y étnica del estudio se justifica en consideración de que los ideales de apariencia –que influencian fuertemente la disatisfacción corporal– varían sustancialmente entre grupos étnicos y raciales, y pueden interactuar con las áreas de apariencia históricamente estigmatizadas de cada grupo debido a creencias y prácticas racistas (p. 538).

El racismo y la evaluación de la apariencia guardan íntima relación. La puntualización de rasgos fenotípicos y distintivos de los grupos racializados por parte de una sociedad racista, usando los marcadores corporales de diferencia como fundamento de la discriminación y la segregación, han tenido profundos e históricos efectos en los ideales sociales de belleza. Un efecto de ello se evidencia en el hecho de que las mujeres que han experimentado discriminación racial se vuelven más conscientes de sus propios rasgos de apariencia racial/étnica salientes (Hunter, 2005: Frederick et al., 2007, citados en Warren, 2014), posiblemente mediante interacciones donde sus rasgos (corporales, faciales) son reconocidos como características desviadas y por ende, estigmatizadas como fuentes de prejuicio y discriminación (Crocker, 1989). Por su parte, las comunidades afroamericanas y negras, al menos en Estados Unidos, han resignificado áreas de apariencia racial salientes, tales como la textura del cabello y el tono de piel, volviéndolos en factores importantes para su identidad (Banks 2000; Coard, Breland and Raskin 2001; Hunter 2005; Poran 2006, citados en Warren, 2014, p. 540).

La identidad étnica, definida como la pertenencia o aceptación de normas y prácticas propias de un grupo cultural o subcultural (Phinney, 1996, citado en Warren, 2014, p. 540), se asocia con una mayor autoestima (Turnage, 2004, citado en Warren, 2014, p. 543) y menor disatisfacción corporal respecto de las características salientes propias a su grupo cultural (Ibíd., p. 542), así como una auto-imagen corporal más saludable (Schooler, p. 2004, citado en ídem). En este sentido, una fuerte pertenencia étnica ofrece un efecto de protección contra las evaluaciones e ideas hegemónicas de belleza, al ofrecer la instancia para evaluar la apariencia propia a partir de los valores e ideas particulares a la cultura en que la mujer se circunscribe (Ibíd., p. 540). Un caso de lo anterior refiere a la comunidad afroamericana estadounidense, donde las mujeres negras experimentan mayor satisfacción respecto de sus apariencias en comparación con mujeres blancas, hispanas y latinas (Wildes, Emery and Simons 2001; Roberts et al. 2006, citados en Warren, 2014, p. 541).

A partir de los años ’70, ciertos teóricos han identificado un giro en el tipo de participación étnica, yendo desde una etnicidad basada en la cultura y la organización, hacia una etnicidad vuelta identidad simbólica, caracterizada por el uso de símbolos étnicos como recurso voluntario para expresar la adscripción (Gans, 1979). Este giro tiene como uno de sus efectos la visibilización de la etnicidad no sólo a través de mayor aceptación y representación social, sino que también por expresiones étnicas más explícitas y distinguidas (Ibíd., p. 9). En este sentido, la apariencia personal deviene una forma simbólica de identidad, dado que la explicitación, el reforzamiento, o bien la celebración de los rasgos corporales racializados salientes constituye una forma de marcar el propio cuerpo racializado, y por consiguiente, gatillar el reconocimiento en los otros que vuelve socialmente efectiva a la adscripción étnico-racial (Gil-White, 1999, p. 799). Si bien ciertos rasgos corporales racializados poseen una saliencia irrenunciable, tales como el color de piel o la complexión facial, éstos pueden ser potenciados al ser apropiados positivamente de manera discursiva como factores que constituyen la propia identidad racial o étnica, tales como los movimientos sociales modernos acerca de la valoración de la piel negra (“black is beautiful”), o el reconocimiento y reivindicación de las corporalidades gruesas (thick), curvilíneas (curvy), y gordas (body positive, fat acceptance), que son tipos de cuerpos que resultan más frecuentes entre las mujeres negras (Warren, 2014, p. 543). Por consiguiente, el ideal de belleza de las comunidades afroamericanas dista del ideal hegemónico (blanco), al idealizar los cuerpos femeninos grandes –particularmente en la zona inferior y trasera (Ibíd., p. 540)– de la misma forma en que la comunidad latina idealiza cuerpos curvilíneos (Ídem). La apropiación positiva de los cuerpos no-delgados por las comunidades afroamericanas puede explicar el hecho de que las mujeres negras se encuentren en promedio más satisfechas con su apariencia que el resto de las mujeres (Warren, 2014, p. 541), probablemente debido a que estas concepciones raciales de belleza femenina en clave positiva contrarrestan a el ideal de belleza normativo (Bordo, 2003, p. 62). Sin embargo, esta diferencia en los ideales de apariencia de los distintos grupos culturales puede ser identificada como una fuente más de discriminación racial: puesto que las corporalidades de los sujetos racializados y étnicos suelen ser mayores, son estigmatizadas en su condición racial, étnica y también de gordura, como manera de diferenciarse de los otros culturales o nacionales (LeBesco 2004 p. 62).

La gordura se ha vuelto una categoría que en muchos casos colabora en la definición de lo que significa ser de color o perteneciente a una etnia (Levy-Navarro, 2009, p. 16). En efecto, los estereotipos negativos sobre la gordura y la negritud comparten numerosos factores, tales como la pereza, el pecado, la indisciplina, y la auto-negación (Crandall, 1994, p. 885), lo cual a su vez puede tener relación a la usual intersección entre gordura y clase social, y a su vez, a la prejuiciosa atribución de ambas con la ignorancia adjudicada a sujetos racializados, gordos y pobres (LeBesco, 2004, p. 61). Un ejemplo paradigmático de la estigmatización de rasgos corporales racialmente salientes es el caso histórico de las mujeres koihoi, más conocidas como hottentotes, expuestas públicamente durante el siglo XIX por colonialistas ingleses para mostrar la degeneración racial que supuestamente se hacía evidente en el gran tamaño de sus nalgas y vulva.

El giro hacia la etnicidad como identidad o cultura simbólica implica un revival de la etnia, produciendo mayores intentos de diferenciación y distinción a partir de marcadores simbólicos que hagan referencia a la imagen social de la cultura practicada (Gans, 1979). La apariencia corporal, tanto en la reivindicación de marcas corporales racializadas como en la experiencia de disatisfacción debido a las imposiciones estéticas producidas por una matriz patriarcal y racista, responden ante un proceso de reconocimiento y categorización social que atribuye pertenencias étnicas y raciales a sujetos marcados por ciertos rasgos, los cuales son potenciados o rechazados por los sujetos de acuerdo a sus circunstancias. Los resultados de la investigación de Warren (2014) indican que las mujeres negras experimentan una menor disatisfacción corporal, probablemente debido a las razones anteriormente expuestas, y confirman que una mayor afiliación o identidad étnica predice menores niveles de disatisfacción corporal, seguramente debido a la adscripción a ideales de belleza particulares al grupo étnico en cuestión. A su vez, las mujeres latinas reportaron sentir una mayor disatisfacción derivada de sus ojos, narices, y otras características racialmente salientes (Warren, 2014, p. 548), lo cual puede responder a su menor nivel de afiliación en términos étnicos en comparación a las mujeres afroamericanas (algo también atribuible a la diferencia en homogeneidad de ambas categorías raciales). Un resultado particular fue que las mujeres blancas se sintieron menos satisfechas acerca de su tono de piel en comparación a las mujeres negras, algo quizás nuevamente atribuible a la menor asociación étnica entre mujeres blancas en comparación a las negras, pero también a los efectos calamitosos que producen los exigentes ideales de belleza normativos sobre las mujeres blancas, las cuales prescinden de ideales alternativos y/o étnicamente pertinentes de belleza como los que sí existen para mujeres latinas o negras, protegidas contra la disatisfacción corporal gracias al efecto protector de la etnicidad (Warren, 2014, p. 549). Estos indicios permiten analizar de una manera más minuciosa los efectos de discursos raciales y de belleza sobre los cuerpos raciales/étnicos inmersos en contextos racistas, al fijarse en la complejidad de las dinámicas de reconocimiento, identificación, simbolización y subjetivación que operan en la gestión de los cuerpos marcados racial y étnicamente.

Referencias:

  • Bordo, S. (2003). Whose Body is This? Feminism, Medicine, and the Conceptualization of Eating Disorders. In Unbearable Weight: Feminism, Western Culture, and the Body (pp. 45–69). Berkeley: University of California Press.
  • Crandall, C. S. (1994). Prejudice against fat people: Ideology and self-interest. Journal of Personality and Social Psychology, 66(5), 882–894
  • Crocker J, Major B. Social stigma and self-esteem: the self- protective properties of stigma. Psychol Rev 1989; 96: 608– 630.
  • Gans, H. (1979). Symbolic ethnicity: the future of ethnic groups and cultures in America. Ethnic and Racial Studies, 2(1): 1-20.
  • Gil-White, F. (1999). How thick is blood? The plot thickens… If ethnic actors are primordialists, what remains of the circumstantialist/primordialist controversy?. Ethnic and Racial Studies, 22(5): 789–820.
  • Levy-Navarro, E. (2009). Fattening Queer History. Where Does Fat History Go from Here?. In Rothblum, E. & Solovay, S. (2009). The Fat Studies Reader. (ch. 2).
  • LeBesco, K. (2004). Citizen Profane: Consumerism, Class, Race, and Body (4). In Revolting bodies?: The struggle to redefine fat identity (pp. 54–64). University of Massachusetts Press.
  • Warren, C. (2014). Body area dissatisfaction in white, black and Latina female college students in the USA: an examination of racially salient appearance areas and ethnic identity. Ethnic and Racial Studies, 37:3, 537-556.