Transmisión intergeneracional de la desigualdad

¿Cuales son las formas o canales en que la familia provee ventajas o desventajas a sus hijos? ¿Es posible romper el vinculo o ciclo en la transmisión intergeneracional de la desigualdad?

La familia, entendida como un mecanismo de reproducción de la desigualdad a través de las generaciones (Tach, 2014, p. 84), determina en cierto grado el destino de las nuevas generaciones –los hijos de la unidad familiar– de acuerdo al nivel socioeconómico y educacional del hogar (Tach, 2014), el estatus social de los integrantes de la familia (Ridgeway, 2013), y el contexto social y demográfico en el que ésta se desenvuelve (Mare, 2011). La familia es, en este sentido, una estructura que provee ciertas ventajas y desventajas a su sucesión generacional, de acuerdo a la posición social de sus integrantes y su contexto, donde lo transmitido puede referir a distintas formas de capital, de experiencias y oportunidades propiciadas por habitus, de cuidados, de estatus social, entre otros recursos.

Una condición básica del acceso a estas ventajas transmisibles intergeneracionalmente puede ser la seguridad económica. Esta puede ser entendida como la minimización del riesgo de pérdida económica ante situaciones impredecibles, pero también como la estabilidad de ingresos (Western, Bloome, Sosnaud, & Tach, 2012). Una condición de seguridad económica permite constancia en la transmisión de ventajas, en la medida de lo familiarmente posible. Por otro lado, la forma y estabilidad de la familia, entendida como la configuración de la unidad familiar y su resiliencia a través del tiempo, establece las fuentes de recursos a transmitir, así como la constancia y fuerza de su transmisión, de acuerdo al grado de parentesco y cohabitación respecto de la unidad familiar (Tach, 2014). Manteniendo el contexto social constante, ambas –estabilidad económica y estabilidad familiar– pueden ser interpretadas como situaciones propicias para la transmisión intergeneracional de ventajas,entendiendo que la capacidad familiar de transmisión medida en la magnitud de recursos factibles de transmitir se ve condicionado por el nivel socioeconómico familiar. En otras palabras, la estabilidad económica y orgánica de una familia evita las interrupciones de la transmisión de ventajas y desventajas que pueden darse por momentos de crisis (individuales, familiares o contextuales), o cambios en las trayectorias y composición familiares, en última instancia proveyendo a la nueva generación con el total de recursos transmisibles.

En un contexto de desigualdad global, la magnitud de la transmisión intergeneracional varía entre las distintas familias. Por consiguiente, las consecuencias en las vidas de las y los niños de la unidad parental difieren de acuerdo a parámetros estructurales. Uno de ellos es el tipo y cantidad de capital poseído por cada integrante de la unidad familiar o familia (en tanto hogar), transferido de forma directa como inversión o posibilitación de oportunidades, o indirecta mediante socialización. Robert Mare (2011, p. 8) introduce la distinción entre capitales perecibles y no perecibles, donde el capital físico y económico es considerado menos perecible, en tanto puede heredarse y mantenerse intergeneracionalmente dentro de una familia; mientras que el capital cultural, humano y social tienen menor grado de resiliencia intergeneracional. Bajo estas categorías, la acumulación histórica de capital económico se consolida como un canal de transmisión intergeneracional de ventajas duraderas, tomando formas como fortunas o empresas familiares, dando lugar a acumulaciones de ventajastransmitidas por el nacimiento y, por consiguiente, dando lugar a desventajas comparativas para quienes no cuentan con tales transmisiones de recursos. De esta manera, la transmisión intergeneracional da lugar a desigualdades, las cuales suelen ser legitimadas socialmente por el estatus social que generan (Ridgeway, 2013).

Por contraparte al capital económico, el capital cultural, en tanto logro educacional y forma de distinción social, parecieran ser formas de capital perecibles y de transmisión imperfecta e indirecta, pues su valor no puede transmitirse de generación en generación de forma directa, y por ende su transmisión ocurre principalmente a través de dinámicas de habitus. El capital cultural y el capital social devienen canales de transmisión de ventajas o desventajas en tanto determinan el acceso a la información, y por tanto la adopción de estrategias y la lectura correcta de las reglas del juego para los padres y madres a la hora de relacionarse con los recursos disponibles en el campo; por ejemplo, en el proceso de matricular a sus hijas o hijos a la educación primaria (Lareau, Adia Evans, & Yee, 2016). En definitiva, la capacidad familiar de activar sus capitales les vuelve competitivos dentro de los diversos campos en los que se juega el destino de sus hijas e hijos, mientras que su incapacidad de activación pertinente al campo (Ibíd, p. 280), o bien la anterior incapacidad de inversión en capital suficiente, deviene en transmisión de desventajas.

La posición social de la familia condensa múltiples variables contextuales y estructurales que inciden en los canales por los cuales se transmiten ventajas y desventajas. La ubicación territorial del hogar del conjunto familiar puede responder a dinámicas de segregación habitacional bajo criterios de clase (barrios de clases altas o bajas) o raciales (sectores de inmigrantes o históricamente relacionados a una raza o etnia), lo cual tiene una incidencia directa en la oferta educacional (Lareau et al., 2016), y la disponibilidad de infraestructura y servicios públicos (Snellman, Silva, Frederick, & Putnam, 2014). Esto implica que las oportunidades educacionales y sociales de las niñas y niños se verán limitados por los espacios que frecuenten durante su crianza en virtud del nivel socioeconómico de sus padres, recibiendo acceso a ciertas oportunidades, o no recibiéndolo en absoluto; o en su defecto, y como analiza Annette Lareau (2016), dicho nivel socioeconómico determinará la capacidad de la unidad familiar para invertir y activar su capital, por ejemplo, mediante un cambio de domicilio a una ubicación que ofrezca mejor acceso a escuelas y otros recursos del campo educacional. Las actividades extracurriculares estudiadas por Snellman (2014), disponibles con mayor frecuencia en escuelas de mayor costo o ubicadas en barrios de mayor nivel socioeconómico, son otra de múltiples instancias (además de mejores espacios públicos, acceso a bibliotecas y centros culturales, parques, museos, etc.) donde niñas y niños de clases medias y bajas son privados de participar debido a una imposibilidad proveniente desde sus padres, poniéndolos en desventaja según condiciones previas (socioeconómicas y contextuales) que les son externas; es decir, que se originan en la transmisión de desigualdad proveniente de su familia.

En otras palabras, el origen socioeconómico de una familia puede determinar el acceso a recursos educativos, sociales, y culturales existentes en ciertos barrios, y/o accesibles a ciertas economías familiares. Ello, como plantea Kaisa Snellman (2014, p. 196), produce un círculo vicioso de movilidad intergeneracional según clase social, donde sólo los hijos e hijas de familias de clases altas reciben oportunidades de acceso (e inversión) en actividades que propician aptitudes social y laboralmente valoradas, a su vez manteniendo a dichas familias en posiciones que les aseguran el control de recursos y el poder (Ridgeway, 2013). Siguiendo la clásica definición del concepto de capital, se trata de dinero que produce dinero.

El ciclo de transmisión intergeneracional de desigualdades, como ha sido detallado por las y los autores revisados, suele responder en su mayoría a un paradigma u orden social en la cual suelen interactuar solo dos generaciones de forma simultánea (padres/madres e hijas/hijos, a veces considerando abuelos/as), y les considera como una unidad familiar compitiendo de forma aislada en la disputa por recursos. Tal es, sin duda, la forma que ha tomado familia en sociedades neoliberales occidentales. En virtud de ello, una vía (lógica pero poco realista) de ruptura del ciclo intergeneracional de transmisión de desigualdades puede ser la abolición de las instituciones sociales que determinan el destino de las hijas e hijos según las capacidades individuales de sus padres; es decir, de familias como entidades nucleares aisladas (que responden a un proyecto de individuación social que estuvo en el seno de numerosos programas dictatoriales latinoamericanos), lo cual sería posible mediante alguna forma de socialización de los recursos y del cuidado durante la infancia y juventud. Formas menos radicales de romper con este ciclo de desigualdad son técnicas directas de nivelación de las desigualdades transferidas por las familias de menores recursos. Claramente, la primera alternativa implica una redistribución agresiva y un cambio social en la concepción de la familia y la propiedad, mientras que la segunda supone meramente un estado de bienestar capaz de velar de forma activa por la mediación de oportunidades y privilegios que cada clase posee o no posee, por ejemplo, mediante un sistema educacional que acabe con el acceso diferencial a servicios educacionales de calidad, o programas de formación de la ciudadanía en pos del enriquecimiento de la vida pública (Snellman et al., 2014, p. 204).

Socializar la información y el saber, los recursos, y el acceso a servicios clave en el desarrollo íntegro de los sujetos, así como la erradicación de las desventajas sociales que afectan de forma ineludible y desigual a ciertos grupos sociales (de razas, géneros, y clases oprimidas), son objetivos que apuntan a romper con las condiciones sociales que transmiten intergeneracionalmente la desigualdad.

Referencias

  • Lareau, A., Adia Evans, S., & Yee, A. (2016). The Rules of the Game and the Uncertain Transmission of Advantage. Sociology of Education, 89(4), 279–299.
  • Mare, R. D. (2011). A Multigenerational View of Inequality. Demography, 48(1), 1–23.
  • Ridgeway, C. L. (2013). Why Status Matters for Inequality. American Sociological Review, 79(1), 1–16.
  • Snellman, K., Silva, J. M., Frederick, C. B., & Putnam, R. D. (2014). The Engagement Gap. Social Mobility and Extracurricular Participation among American Youth. The ANNALS of the American Academy of Political and Social Science, 657(1), 194–207.
  • Tach, L. (2014). Social Mobility in an Era of Family Instability and Complexity. The ANNALS of the American Academy of Political and Social Science, 657(1), 83–96.
  • Western, B., Bloome, D., Sosnaud, B., & Tach, L. (2012). Economic Insecurity and Social Stratification.Annual Review of Sociology, 38(1), 341–359.