Apuntes: Rosi Braidotti – Las teorías de género o “El lenguaje es un virus”

(en Sujetos nómades. Corporización y diferencia sexual en la teoría feminista contemporánea, 2000, Paidós)

Historia del concepto de género

El concepto de “género” no fue originariamente feminista; tuvo una identidad previa, derivada de la investigación en biología, lingúística y psicología. Esta historia multiestratificada le quita credibilidad como concepto, y las posteriores apropiaciones y adaptaciones que hicieron las feministas del término “género” le agregaron mayor complejidad. 212

La adopción del término “género”, como una noción dominante, por parte de las feministas, se dio por intermediación de Simone de Beauvoir. Su estudio de la estructura filosófica y material de la “alteridad”, la “condición de otro”, como una categoría fundamental de la experiencia humana, la llevó a afirmar la naturaleza, construida, en lugar de biológicamente determinada, de la identidad. “ 212-213

Simone De Beauvoir devela la función que tiene la otrorización de la mujer en la sociedad patriarcal:

De Beauvoir muestra tanto la medida de la depreciación de las mujeres, como la ubicuidad de la figura de la mujer en la vida intelectual y psíquica. De ahí que ponga el acento en la función crucial que cumplen las mujeres como el sitio o la localización de la alteridad: sólo mediante la negación de este “otro” privilegiado, el sujeto masculino puede construirse como el modelo universal de normalidad y normatividad. 213

Identificación con un género

la identidad se adquiere en un vínculo relacional con el otro. Adquirir una identidad es pues un logro (…) Este logro y el esfuerzo que requiere construirse como mujer —o como hombre— prueban que el sexo y el género no deben confundirse y que la unidad entre lo empírico y lo simbólico —entre ser varón y hombre, ser hembra y mujer— se adquiere a un alto costo. 214

Butler sobre sentirse una mujer natural:

Las palabras “Me siento una mujer” son ciertas en la medida en que la invocación de Aretha Franklin del otro que define se entienda como: “Tú me haces sentir una mujer natural”. Este logro exige una diferenciación de género opuesto. De ahí que uno sea el género de uno en la medida en que no es el otro género, una formulación que supone y refuerza la restricción de género dentro de ese par binario. 214-215

Judith Butler comenta: “Una mujer natural’ es una frase que sugiere que la “naturalidad” sólo se logra mediante analogía o metáfora. Esto es, “Tú me haces sentir una metáfora de lo natural y sin ti se me revelaría alguna base desnaturalizada”. Lo que está diciendo Butler es que la estructura construida, relacional, de la identidad femenina es tal que “naturaleza” sólo significa un horizonte desplazado e infinitamente postergado, accesible sólo metafóricamente. Si “sentirse una mujer” expresa la lucha por la identidad y el consecuente hiato entre sexo y género, “sentirse una mujer natural” alude a la estructura desnaturalizada de la subjetividad humana. 216


Heterosexualidad compulsiva

Gayle Rubin

Rubin identifica la circulación de mujeres en la sociedad lineal patriarcal como la clave del “sistema de género” que sustenta el orden patriarcal. 222

el sistema de género que construye los dos sexos como diferentes, desiguales y sin embargo complementarios, es en realidad un sistema de poder que apunta a concentrar el capital material y simbólico en manos de los padres —es decir, de los hombres mayores— o a controlar a los hombres más jóvenes y a las mujeres. La familia es, pues, la unidad de poder que sella la riqueza de los hombres y establece la heterosexualidad como la economía política dominante para ambos sexos. Como tal, la heterosexualidad es la institución que sustenta el sistema de género. 222

Gayle Rubin radicaliza el análisis de S. de Beauvoir mostrando hasta qué punto es esencial convertir a la mujer en objeto para mantener firme —en el plano material, pero también en el simbólico— el sistema patriarcal 222

Adrienne Rich

Rich presenta un análisis en profundidad de las paradojas de la identidad femenina, especialmente de la maternidad como una experiencia que determina el sentido de identidad sexuada de una mujer, al tiempo que continúa siendo una institución que aplica la ley de los padres. Otra innovación significativa que toma Adrienne Rich del feminismo negro es la idea de que el género no es en absoluto una categoría monolítica que hace que todas las mujeres sean iguales; antes bien, es la marca de una posición de subordinación, calificada por una cantidad de poderosas variables. Entre esas variables, una central es la raza o la etnia. Mediante su concepto de la “política de localización”, Rich pone énfasis en la importancia de situarse en la especificidad de la propia realidad social, étnica, de clase, económica y sexual de cada una. 223


Christine Delphy, Monique Plaza y Monique Wittig:

las mujeres son una clase social, esto es, que la sexualidad es al feminismo lo que el trabajo es al marxismo: un concepto fundamental sobre el cual se puede construir una conciencia revolucionaria. Que constituyamos una clase significa que todas las mujeres estamos sometidas mediante la economía política de la heterosexualidad reproductora; de ello se sigue que la tarea del feminismo es derribar los términos de esta relación de clase y cambiar las condiciones materiales que los engendraron. 225

Wittig: sospecha hacia el concepto de mujer:

En un movimiento de repudio radical de todas las identidades creadas en el sistema patriarcal, Monique Wittig inició la era de la sospecha sobre la noción misma de “mujer”, considerada como la construcción ideológica de un sistema de género dominado por los hombres. Para Wittig, la “mujer” como concepto, está cargado de proyecciones y expectaciones imaginarias masculinas. Por consiguiente, es poco confiable desde el punto de vista epistemológico y sospechoso desde el punto de vista político. La crítica radical de Wittig al concepto de “mujer” se basa en su repudio del “esencialismo”. Wittig sostiene que en la ideología patriarcal la noción de “la mujer” representa un modelo normativo de heterosexualidad reproductora; representa la naturaleza, la maternidad y la familia dominada por el varón. Tales nociones son esencialistas porque se las acepta como condiciones naturales y, por lo tanto, como condiciones inevitables e inmodificables que en realidad han sido inducidas socialmente y son específicas de una cultura. Por extensión, Wittig da vuelta por completo la distinción establecida por De Beauvoir entre sexo y género, radicalizando los términos de la oposición (…) Wittig invierte todo esto: el sistema de género no es la recodificación cultural de una realidad biológica, sino que constituye más bien la expresión de una ideología patriarcal que necesita esas oposiciones binarias entre los sexos para afirmar la dominación masculina. 225-226

Dualismo y oposiciones en el funcionamiento del sistema de género:

el sistema de género funciona para Wittig en virtud de la lógica dualista de oposiciones binarias que crean identidades sexuadas (“hombres” y “mujeres”). Estas identidades sirven al propósito de suministrar bases esencialistas al poder patriarcal, lo que equivale a decir que alientan al sistema social a creer en la estructura “natural” o históricamente inevitable de sus instituciones, sus valores y sus modos de representación, especialmente, en su visión del sujeto. 226

Sólo la mujer tiene género, dado que el género es una marca de especificidad y diferencia y los hombres son lo universal y no marcado:

para Wittig, como para De Beauvoir, sólo las mujeres tienen un género, en tanto que los hombres están exentos de semejante marca de especificidad, por cuanto representan lo humano. 226-227

Wittig: identificación con la lesbiana, la lesbiana no es mujer:

Wittig propone que las feministas abandonen este concepto esencialista y mistificador y que en cambio tomen como punto de reunión e identificación una figura mucho más subversiva: “la lesbiana”. En su declaración en alto grado controvertida: “Una lesbiana no es una mujer”, Wittig afirma que la lesbiana representa una forma de conciencia política que rechaza las definiciones de la mujer dominadas por los hombres y pone en tela de juicio todo el sistema de género, así como su bipolarización sexual convenientemente organizada. Para decirlo claramente, la lesbiana es como un tercer polo de referencia: no es ni “no varón”, ni “no mujer”, sino radicalmente otra. En otras palabras, la lesbiana marca la superación de las identidades basadas en el falo y, en consecuencia, representa un modo de pasar por alto el sistema de género. 227


Joan Scott: el género como relación de poder:

Joan Scott alienta a las feministas a abordar el concepto de género como una noción que marca una serie de relaciones, con lo cual desarrolla una de las ideas de Adrienne Rich. El sexo, la clase, la raza y la edad son ejes o variables fundamentales que definen el sistema de género; empleando extensamente el análisis postestructuralista del poder y su discurso, Scott se aparta de la idea de género de Wittig, según la cual éste es un sistema ideológico, y tiende hacia una noción de género entendido como una red de relaciones de poder. 230

Teresa de Lauretis: tecnología de género:

un desarrollo teórico que debe destacarse dentro de las teorías de género es el trabajo de Teresa de Lauretis sobre lo que ella llama la tecnología de género. Basándose en la noción de Foucault de la “materialidad” del discurso, De Lauretis aborda la construcción de la identidad femenina, como proceso material y también simbólico. El género es un mecanismo complejo —una “tecnología”— que define al sujeto como “varón” o “mujer” en un proceso de normatividad y regulación de lo que se espera que llegue a ser el ser humano, con lo cual produce las categorías mismas que pretende explicar. De Lauretis sostiene que el género como proceso de construcción del sujeto produce categorías tales como: hombres, mujeres, heterosexual, homosexual, pervertido, etcétera, y se intersecta con otras variables normativas —tales como la raza y la clase— para producir un formidable sistema de poder que construye los sujetos socialmente normales. Como consecuencia, De Lauretis alienta a las feministas a desestabilizar la normatividad de las formas dominantes de la identidad sexuada y a encontrar nuevas definiciones para el sujeto feminista femenino. 231-232

Luego Butler cuestiona la utilidad del género y abogando por la proliferación de nuevos géneros desestructurantes:

Judith Butler toma una orientación levemente diferente: recoge el análisis de las “mujeres” de Wittig y presenta una innovación partiendo de la versión de género como una tecnología propuesta por De Lauretis. La pregunta que formula Butler es pues: si el género como proceso construye las categorías mismas de identidad que pretende explicar, ¿continúa siendo útil para las feministas? Al concentrar su crítica en la naturaleza dualista de la oposición sexo/género, Butler argumenta que “la mujer”, como una categoría construida por esta oposición binaria, es tan normativa como excluyente. Es normativa porque hace valer la heterosexualidad compulsiva y es excluyente porque encubre la multiplicidad de las diferencias que constituyen el sujeto. Dicho de otro modo, el análisis de Butler se concentra en la parte de “la mujer” de la famosa frase de S. de Beauvoir: “Uno no nace mujer; se hace”. Al atacar la ficción normativa de la coherencia heterosexual, Butler demanda que las feministas produzcan todo un conjunto de nuevos géneros de la no coherencia. 223


el reconocimiento simbólico al que aspiran hoy las feministas femeninas es tener derecho a elaborar sus propias formas de discurso científico y a que esas formas sean reconocidas como científicas. 234

Teoría feminista:

Hoy existe algo que puede llamarse una teoría feminista y que no consiste únicamente en la crítica de las posiciones tendenciosas sexistas que dominan en la ciencia y en el saber académico. Es algo más que protesta, rebelión y cólera; es un movimiento teorético con sus propios supuestos, sus principios rectores, sus criterios y sus historias intelectuales. La teoría feminista es una forma de pensamiento radicalmente no nostálgico que mira hacia adelante; para las intelectuales mujeres, el pasado no es un gran modelo, y el único camino que nos queda por seguir es avanzar. 235


Ya he analizado el empleo que hace Donna Haraway de la expresión “figuraciones feministas” para describir esos diferentes modos teóricos de representar al sujeto en el feminismo. Hoy el desafío consiste en hallar nuevas imágenes de pensamiento que ayuden a las feministas a reflexionar sobre los cambios y las condiciones cambiantes que ellas mismas contribuyeron a provocar. 233

las feministas sabemos que las diferencias auténticas sólo pueden generarse mediante modelos de estudiada imitación, sólo mediante una forma estratégica de mimesis, como la que propone Irigaray. Como he sostenido a lo largo de este libro, no es posible reinventar el sujeto “mujer” en virtud del mero poder de la voluntad; antes bien, el proceso requiere la desconstrucción de muchas significaciones y representaciones de la “mujer”, a menudo contradictorias. Sólo mediante ese proceso puede emerger una nueva definición de la “mujer”, porque el lenguaje está dotado de una resistencia y una complejidad asombrosas. 236


Apuntes y ensayos sobre estudios de género, sociología del cuerpo y teoría feminista por Bastián Olea Herrera, sociólogo y magíster en sociología (Pontificia Universidad Católica de Chile).