La práctica de la dieta y su referencia al pecado de la gordura

Rubens, Susana y los viejos (1609)

Ensayo final para el curso de Sociología del Cuerpo, impartido en el magíster en Sociología (2018) de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Profesora: Claudia Giacoman.


Breve historia de la gordura

A través de la historia, no existen valores o actitudes consistentes que puedan dar lugar a un ideal corporal universal (Etcoff, 2011). La aversión y celebración de la gordura ha fluctuado a través de las épocas y grupos sociales (Klein, 2001, p. 28; Rice, 2007, p. 162). La existencia de las famosas Venus paleolíticas evidencian la diversidad de corporalidades representadas en el arte primitivo, muchas de ellas destacando cuerpos gordos. En el arte greco-romano, los cuerpos femeninos deseables enfatizaban cuerpos voluptuosos (Bradley, 2011).

Se teoriza que, en las sociedades agrarias y preindustriales del pasado, la gordura habría simbolizado salud y riqueza (Sobal, 1995, 2004). Estudios etnográficos indican que la preferencia por la corpulencia o los cuerpos gordos se encuentra presente en un 80% de las sociedades humanas de las que se contiene información etnográfica hasta la fecha (Anderson, Crawford, Nadeau, & Lindberg, 1992; Brown & Sweeney, 2009). Entre los siglos XV y XVII, la gordura fue considerada una corporalidad estéticamente deseable (Freedman, 1986, citado en Rothblum, 1990). En esta época, pintores como Tiziano, Tintoretto y el famoso Rubens pintaron mujeres de cuerpos corpulentos, con sus vientres y pliegues bien marcados. Hacia el siglo XVIII, la delgadez empieza a ser asociada a figuras intelectuales y artísticas de las clases altas, en parte influenciada por los brotes de tuberculosis en dichos grupos (Fraser, 2009, p. 12).

Con el advenimiento de la revolución industrial, la delgadez pasó a ser asociada con la pertenencia a grupos sociales de alto estatus (Sobal, 1995, citado en Gard & Wright, 2005, p. 178). A finales del siglo XVIII, la gordura es entendida como un fracaso de la mente, en lugar de un asunto netamente corporal (Gilman, 2010, p. 59). Sin embargo, hasta finales del siglo XIX, las sociedades occidentales aún valoraban niveles moderados de gordura (Brumberg, 1988 y Stearns, 2002, citados en Sobal, 2004). Con la segunda mitad del siglo XIX aparecen las primeras dietas “científicas”, que empiezan a tratar la obesidad como un asunto de salud en lugar de uno moral. A partir de 1880, la tolerancia por el peso corporal entra en un sostenido declive, figurando la obesidad como una forma de desviación, posicionando a la dieta y otros medios de reducción de peso como vías para la redención social y espiritual (Schwartz, 1986, citado en Conrad, 1994). Los primeros productos para bajar de peso surgen entre 1890 y 1900, con un interés comercial de explotar las preocupaciones morales de la población, pero cada vez más influenciado por la moda. La gordura sólo se introduce a las preocupaciones médicas al inicio del siglo XX (Stearns, 2002). En la década de los ’20, el mercado de la belleza se masifica a los estratos populares.

La gordura empieza a ser considerada un problema social serio desde 1950 (Gard & Wright, 2005, p. 179), cuando en EE.UU. se publican tablas de peso ideal, diseñadas por empresas de seguros de vida, que dan lugar a campañas masivas de salud que dan inicio al rechazo generalizado de la gordura en occidente (Owen & Laurel-Seller, 2000, p. 980). Por esta razón, entre los ’60 y ’70 surgen las primeras organizaciones de promoción del adelgazamiento, a la par de una fuerte intensificación de la preocupación por el peso corporal (Stearns, 2002). Paradójicamente, los movimientos de control del peso y de dieta surgieron en la misma década que los movimientos de liberación femenina, siendo ambos un síntoma del cambio en la conciencia respecto de lo femenino (Chernin, 1993, p. 96).

Junto al proceso de medicalización de la gordura, el ideal de belleza basado en la delgadez surge en la primera mitad del siglo XX (Freedman, 1986, citado en Rothblum, 1990), intensificándose en la segunda mitad (Sobal, 2004, p. 261). La extensión que tiene este ideal en el presente ha engendrado la idea de que la delgadez constituye un atributo “natural” al concepto de belleza (Reischer & Koo, 2004, p. 299), pero estudios han indicado que, a diferencia de lo que se suele pensar, la delgadez no es un ideal de belleza universal o evolutivo (Douglas & Shepard, 1998, p. 321).

Con la normalización de la presión estética y médica sobre el peso corporal, y el auge de la preferencia por la delgadez, la gordura se vuelve en un atributo desviado y estigmatizado (Sobal, 2004, p. 261). Estos procesos históricos articulan paulatina y profundamente a la reducción del peso corporal como un deseo situado en distintas dimensiones de la experiencia humana. La dieta se posiciona como un antídoto religioso, médico, moral, psicológico, estético y racional ante las distintas fuentes de malestar en la sociedad contemporánea, expresadas en la gordura como patología social y fisiológica (Turner, 1989, p. 207).

El concepto de dieta y su origen

Según Bryan Turner (1989), la dieta como práctica cultural emergió desde una “teología de la carne”, se desarrolló a través de una medicina moralista, y finalmente se ha establecido como una ciencia del cuerpo eficiente. El autor define como dieta a la “práctica cultural que regula las cantidades y los tipos de alimentos para categorías designadas de personas” (p. 210). Esta práctica habría surgido tradicionalmente como un medio de regulación de procesos fisiológicos, motivado del control de las pasiones irracionales relacionadas al funcionamiento del cuerpo (Turner, 1989, p. 212).

El ascetismo que motivaba —y sigue motivando— a la dieta era directamente la regulación del deseo, rechazado por la afección distractora que ejerce sobre la subjetividad (Turner, 1989, p. 261). En el pasado, esta regulación tuvo fundamentos religiosos, utilizando la dieta como técnica para desligarse de las “tentaciones carnales” (Featherstone, 1982, p. 18), en vista de que el “ceder” ante estos placeres carnales era considerado inmoral, mientras que la renuncia ascética significaba una cercanía con Dios (Fraser, 2009, p. 13). A partir del dominio del cristianismo sobre el continente europeo, lo bello empieza a volverse símil de la obra divina. La belleza corporal se reconfigura bíblicamente como un reflejo de la imagen de Dios, pero también como un indicador de la pulcritud interior y la espiritualidad proyectada hacia el exterior (Tatarkiewicz, 1972, pp. 170–171). De este modo, la religión judeocristiana desplaza los conceptos dominantes de belleza hacia el dominio de las prácticas y credos religiosos ejercidos sobre los cuerpos. Dichas prácticas se basan, en lo que a corporalidad refiere, en el cuerpo como un signo de decaimiento carnal respecto del ideal divino y supracorporal, y que por consiguiente es sujeto a la regulación del deseo mediante rutinas de dieta, abstinencia sexual, ayuno, y ejercicio (Turner, 1989, p. 43). En la tradición judeocristiana, el pecado original comprende el sufrimiento del cuerpo, mientras el alma se encuentra en un nivel superior (Varga, 2005, p. 213). El ascetismo surge como régimen sistemático de negación del cuerpo a cargo de órdenes religiosas (Ibíd, p. 41), el cual, al igual que el protestantismo, proponen un “sistema de reglas de conducta para controlar la carne a través del hambre y la negación” (Turner, 1989, p. 206). El cuerpo gordo remitiría a un sujeto marcado corporalmente por el pecado de la gula (LeBesco, 2004, p. 69), dado que la negación de la comida operaba como una entre tantas formas de demostrar devoción a Cristo (Jutel, 2005, p. 118).

Secularización de la dieta

El ascetismo cristiano del pasado mantiene similitudes con el régimen de salud del presente, “en virtud de que en ambos casos el objetivo implícito es, y con planteamientos no muy distintos, el ‘buen gobierno’ del cuerpo, el encauzamiento de esa fuente de irracionalidad e instintos que siempre ha querido verse en el cuerpo” (Pedraz, 2007, p. 75). Así, las normas ascéticas pasan a ser reconvertidas en normas higiénicas mediante el proceso de secularización, y posteriormente en normas de salud mediante la medicalización (Ibíd., p. 76).

Desde una perspectiva religiosa, la constricción de deseos profundamente humanos, como la indulgencia alimentaria y sexual, es resignificada como una práctica liberadora, y esta inversión ideológica entre la regulación y la libertad sigue presente en la dieta como práctica secularizada (Stearns, 2002, pos. 4932). En la dieta, la restricción de la alimentación es considerada un medio para un fin superior al mero placer inmediato, por lo que esta opresión pasa a ser experimentada como una expresión liberadora de la agencia sobre el cuerpo (Bordo, 2003, p. 168).

La práctica moderna de la dieta mantiene similitudes con la ideología protestante, imbuyendo a la cultura en torno al adelgazamiento de tintes religiosos, a través de “metáforas religiosas, narrativas de conversión, y uso de testimonios” (Gilman, 2010, p. 77). Bajo el protestantismo, en efecto, las prácticas religiosas ascéticas que fundamentaban la regulación del deseo fueron transferidas hacia la esfera laica mediante su individualización y racionalización, volviéndose en los albores del siglo XIX en una “ciencia secular del consumo” (Turner, 1989, pp. 209–212). En el contexto neoliberal del presente, la dieta ya no media una contradicción entre disciplina y hedonismo, ni se reemplaza este último por el ascetismo, sino que surge la exigencia de un hedonismo calculado (Jacoby, 1980, citado en Featherstone, 1982, p. 18).

Dieta y moral

La dieta se ha vuelto un testimonio simbólico del carácter y la disciplina, es una forma de responder individualmente ante la incertidumbre moral moderna (Stearns, 2002, pos. 4857). Peter Stearns plantea que el compromiso con la dieta se ha vuelto una declaración moral, en una era donde otras declaraciones sobre el yo tienen menos significado (Stearns, 2002, pos. 4860). El autor desarrolla en detalle un argumento en torno a la función moral de la dieta, explicando su auge contemporáneo al tratarse de una práctica de compensación moral enmarcada en sociedades donde el consumo, los excesos, y las nuevas libertades políticas y sociales son contrarrestadas mediante la expresión de intenciones de restricción, disciplina, y mejoramiento individual, marcadas en el cuerpo (Stearns, 2002, pos. 1239). Para Stearns, los excesos propios de la sociedad de consumo serían compensados con compromisos éticos individuales, que operan como contrapesos morales ante los nuevos placeres e intereses de la modernidad neoliberal. De esta manera, la culpa o el pecado relacionado al consumo podría ser expiado mediante opciones personales como la dieta, dado que ésta indicaría que el individuo cuenta con la fuerza suficiente para no dejarse caer en las tentaciones modernas. Podría considerarse, a la práctica dietética como una metáfora religiosa moderna.

Racionalización del cuerpo en la dieta moderna

Al secularizarse y masificarse, la dieta pasa de ser renuncia a ser regulación. Esta práctica deviene una forma de racionalización del cuerpo en aspectos de salud, sexualidad, y atractivo, produciendo nuevos criterios de aceptación social que se potencian de acuerdo a la incursión en ella (Turner, 1989, p. 241). La restricción de la práctica dietética, entonces, también implica proliferación de actividades alimentarias y corporales; su renuncia no es sólo represiva, sino que produce la identidad del sujeto en términos socialmente deseables. Por lo tanto, la regulación no equivale a represión, sino a la reestructuración de los deseos y los comportamientos en torno a una norma social. Turner plantea:

El régimen del consumidor del periodo moderno estimula y reprime, de forma simultánea, el deseo, en favor del consumo multiplicado; el ascetismo de la dieta se halla aparejado al hedonismo del consumo. La contradicción cultural esencial del capitalismo tardío reposa aquí, entre el ascetismo de la producción (la ética del trabajo) y el hedonismo de la circulación (la ética del consumo privado personal). (Turner, 1989, p. 242)

Este “hedonismo de la circulación”, hedonismo calculado en Featherstone (1982), es la restricción del consumo y su simultánea intensificación bajo criterios racionales —o utilitarios— de acuerdo a los designios del deseo individual, que no es sino la internalización de prescripciones sociales acerca de lo socialmente valorado, y que, como veremos, tiene un correlato social a través de la desigual distribución de privilegios asociados al cuerpo.

Mientras la dieta religiosa pretendía controlar al cuerpo interior, la dieta moderna, secularizada y racionalizada por la sociedad de consumo, tiene como principal objetivo “realzar la apariencia del cuerpo —los signos cosméticos de la deseabilidad— por medio de prácticas de conservación del cuerpo” (Turner, 1989, p. 213). Entonces, la regulación dietética deja de ser un trabajo sobre el cuerpo interno y sus desviaciones espirituales, pasando a procurar la racionalización de la expresión simbólica de cuerpos, en tanto apariencias y comportamientos, con miras al aumento de la eficiencia en aspectos que retornen un beneficio individual. En este sentido, el objetivo prevalente en las dietas contemporáneas es la obtención de una apariencia idealizada, constituida por un peso y forma corporal determinadas (Carolan, 2005, p. 89). En otras palabras, la dieta contemporánea se trata de un proyecto corporal que apunta a satisfacer una determinada expectativa social; la mirada evaluativa de un otro intenta ser seducida a través de la expresión de una corporalidad y unos comportamientos simbólicamente asociados a extensos criterios de deseabilidad social. El cuidado del cuerpo mediante este hedonismo calculador promete al individuo el acceso a la belleza, la salud, la juventud, el sexo, y la idoneidad; es decir, responde a una práctica calculadora donde el individuo pretende negociar sus relaciones sociales a través del trabajo sobre su cuerpo (Featherstone, 1982, p. 26).

Dieta en relación al significado social de la delgadez

Estos accesos no son resultado directo de la práctica dietética ni del trabajo corporal que produce cuerpos delgados —como si el trabajo sobre la subjetividad mediante la modificación corporal fuese posible— sino que responden a consecuencias de la capacidad de modificar el cuerpo para ser reconocido y posicionado en tales posiciones sociales. En este sentido, la producción de la delgadez no es sólo representa un práctica estética, sino también “una ventana hacia el valor interno” (Farr, 1991, citado en Carolan (2005), p. 89). En este sentido, la valorización de la delgadez es más que estética, al remitir también a los significados que de ella se interpretan, dado que “es el significado lo que hace al cuerpo admirable (…) se trata de la delgadez como el baluarte de significado contemporáneo e histórico, no como un ideal de moda vacío” (Bordo, 2003, p. 170). El cuerpo delgado “se ha vuelto un símbolo de actitud correcta”, simbolizando fuerza de voluntad, energía, control sobre los impulsos, y la capacidad de moldear la vida (Bordo, 2003, p. 195). Por lo tanto, la dieta refiere a un testimonio simbólico sobre el carácter y la disciplina que constituyen la actitud socialmente considerada como correcta (Stearns, 2002, pos. 4857). Culturalmente, estos significados se reflejan en la representación mediática de cuerpos delgados ligados al éxito y el control sobre la vida, produciendo una relación metonímica entre los cuerpos delgados producidos por las prácticas dietéticas y un conjunto de expectativas culturalmente establecidas (Nichter & Nichter, 1991, p. 268).

El adelgazamiento voluntario, entonces, es la práctica donde el sujeto “utiliza su cuerpo para recrearse a sí mismo/a” , incurriendo en un intento por incitar la lectura de su propio cuerpo (Eckermann, 1997, p. 151). Las promesas asociadas al adelgazamiento son múltiples y efímeras, incluyendo la aceptación social, el amor, la admiración, el éxito, y la felicidad (Carolan, 2005, p. 89). La salud deja de ser la motivación principal del deseo de delgadez, y en su lugar, se prioriza la percepción por parte de los demás de cualidades personales deseables, ya sea buscando factores positivos o escapando de factores negativos (Brownell, 1991, p. 4). Por consiguiente, la nueva motivación por la práctica de trabajo corporal dirigido al embellecimiento del cuerpo, incluyendo las distintas prácticas de adelgazamiento, se basa en cierta medida en la consecución de beneficios en distintas esferas sociales donde el reconocimiento de la corporalidad y los comportamientos en torno a su producción sean valorizados (Kwan & Trautner, 2009).

Articulación de la dieta en torno al rechazo de la gordura

Como hemos visto, la preocupación por el peso corporal se trata de un desafío a la disciplina personal en el marco de los impulsos de la sociedad moderna, desafiando la disciplina personal (Stearns, 2002, pos. 5078). El cuerpo delgado es valorizado positivamente al encontrarse marcado por la disciplina reiterada sobre el yo (Kent, 2001, p. 131). En este contexto, la delgadez se articula como un privilegio, al tratarse de un atributo difícil de obtener bajo una sociedad de abundancia y extremos, y de acuerdo al cual es posible clasificar a los sujetos según su capacidad de incurrir en las prescripciones que la subyacen (Guthman & DuPuis, 2006, p. 445). El cuerpo delgado, entonces, simboliza la disciplina interna que es requerida para su producción, y se encuentra envuelto de un deseo de demostrar dicha disciplina (Reischer & Koo, 2004, p. 301), materializando a un cuerpo que demuestra estar bajo control (Carolan, 2005, p. 96). De este modo, se asocia al cuerpo delgado con “autodisciplina y control, mientras que un cuerpo gordo es el Otro de la dicotomía—la manifestación física de la autoindulgencia, de la falta de autodisciplina y de fortaleza moral” (Energici, Acosta, Borquez, & Huaiquimilla, 2017, p. 7). Así, la dieta se vuelve un medio simbólico para controlar la incertidumbre y expresar el control (Nichter & Nichter, 1991, p. 254).

Entonces, se promueve la disciplina para limitar las prácticas que engordan, y a su vez, el ejercicio de prácticas que eviten este “riesgo” y promuevan el adelgazamiento. Dado que los comportamientos de riesgo que dan lugar a los cuerpos gordos se encuentran enquistados en la cultura dominante, incentivar su abandono implica, en cierta medida, sugerir un grado de abandono del entorno cultural (Crawford, 1977, p. 675). Al hacer dietas, los individuos dedican su tiempo, energías, y recursos en producir una relación que suele ser negativa con sus propios cuerpos, complejizando su relacionamiento con la alimentación en contextos sociales, incluso inhibiendo su participación en ciertas instancias que involucren los excesos alimentarios tan comunes en el presente. En este sentido, Carl Ratner (2017) indica que la normalidad en que vivimos es indisociable de lo patológico, pues cotidianamente incurrimos en prácticas que constituyen riesgos de salud, así como riesgos de engordar. En el presente, los excesos de consumo, tanto de compras como de ingesta, son incentivados y reforzados, y el regimen laboral que sigue la mayoría de la población promueve el sedentarismo y deja poco tiempo y energías para la realización de actividades deportivas. Sin embargo, la atención pública y el pánico moral se posa sobre los sujetos anormales, como las personas obesas, criticando las conductas de riesgo que constituyen a la obesidad como una epidemia en el presente, siendo que dichos comportamientos son normales, en el sentido que, en términos generales, todos comemos en exceso, comemos comidas que no son saludables, nos salimos de la dieta, y vivimos vidas sedentarias. Ratner plantea que la patologización de estos sujetos anormales es construida como un elemento separado de la sociedad normal y de su normalidad patológica, con el objetivo de ocultar los aspectos patológicos de la normalidad al remitirlos al campo del estigma de los sujetos desviados (Ratner, 2017, p. 85). Roland Barthes llama a este proceso inoculación, donde se identifica y admite la existencia de una distorsión, simultáneamente ocultando de modo apologético al resto de las distorsiones presentes (Nichter & Nichter, 1991, pp. 267–268). Por lo tanto, se anormaliza una conducta que es parte de la normalidad patológica, para así desviar la atención de los elementos patológicos en la normalidad, volviendo a la obesidad en un chivo expiatorio —o rival mimético, en el sentido de Rene Girard (1996)— acerca de problemas sociales que son generalizados. Siguiendo el argumento de Ratner (2017, p. 86), las personas gordas son construidas como Otros donde se localiza la patología, y más aún, esta subjetividad es psicologizada como una falencia individual en lugar de reconocerse como el producto de la patología común a la sociedad. Estos Otros, entonces, constituyen a la gordura como algo externo y distinto a la sociedad, expiando a la normalidad de sus aspectos patológicos al reclasificarlos cínicamente como anormales. De este modo, la indulgencia, el sedentarismo y el consumismo que caracterizan a nuestra sociedad pueden seguir existiendo, siempre y cuando se otrorice a los sujetos gordos para remover el significado patológico de dichas prácticas, y se enacten las prácticas de dieta que mantienen la clasificación corporal en su lugar. Los sujetos delgados que incurren en atracones de comida y alcohol, aún sin hacer un minuto de ejercicio, no resultan estigmatizados, dado que sus cuerpos expresan la disciplina que los distingue de los “otros” gordos, quienes incurren en la mismas prácticas pero casualmente tienen mayor peso, y por ende, son víctima del pánico moral. Charlenne Elliot (2007, p. 143) plantea que, si la indulgencia es aceptada siempre que se tenga un cuerpo delgado, significa que el problema con la gordura definitivamente no es moral, sino acerca de la importancia que como sociedad otorgamos a la visibilidad corporal. La elaboración de justificaciones para el rechazo de los cuerpos gordos, ya sea desde ideas religiosas, racionalistas, médicas, o morales, pareciera referir a modos de justificar un rechazo social que en última instancia refiere a un disgusto sociohistórico en contra de estas corporalidades. La dieta podría ser entendida, según lo que hemos visto, como la expresión de una subjetividad que busca demostrar su capacidad de mantenerse dentro del margen aceptable de las contradicción moderna entre consumo y restricción. En la dieta, el sujeto se expía de los pecados que el cuerpo consumista confiesa, y a su vez, mediante la estigmatización del otro el sujeto proyecta su temor permanente de caer en el pecado hacia los otros culturales, los cuerpos gordos estigmatizados, como forma de mantener fuera de sí la culpa inherente a participar de un capitalismo tardío carente de ética.

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Apuntes y ensayos sobre estudios de género, sociología del cuerpo y teoría feminista por Bastián Olea Herrera, licenciado y magíster en sociología (Pontificia Universidad Católica de Chile).