Entrevista – Gordofobia, sus razones, sus prejuicios, y su superación

Este texto corresponde a una entrevista hacia mi, realizada por Ling-Mehig Lau Vega, diseñadora, para su memoria de grado en Diseño.

¿Por qué los cuerpos gordos se han visto discriminados por la sociedad?

La discriminación social de los cuerpos gordos corresponde a un fenómeno altamente complejo, donde coinciden las múltiples aristas de distintos sistemas de discriminación en torno a un tipo de corporalidad socialmente menoscabado. Esta discriminación se expresa principalmente en dos dimensiones: la apariencia, o la belleza/fealdad de los cuerpos, y la salud, en el sentido de la evaluación visual del estado de los cuerpos bajo parámetros biomédicos. Pero, si bien podemos aislar dos dimensiones, el mecanismo mediante los cuales esto ocurre podría resumirse como el producto de las operaciones conscientes e inconscientes que realizan las personas, en base a sus intereses y a sus conocimientos internalizados, al enfrentarse a cuerpos no hegemónicos, o en nuestro caso, cuerpos gordos.

Si entendemos los cuerpos como la presentación visual de quien somos ante la mirada del otro, de todos aquellos aspectos visualmente codificables de lo que nos configura como sujetos, entonces podemos describir los cuerpos como el despliegue de superficies literalmente inscritas por significados y codificaciones sociales. En este sentido se posibilitan procesos de reconocimiento visual de la identidad social de los individuos, donde nos volvemos capaces de percibir al otro, e interpretar al otro, en base a los saberes sedimentados que tenemos acerca de los aspectos visuales que constituyen las corporalidades. En otras palabras, vemos cuerpos que interpretamos a partir de lo que hemos aprendido que significan ciertos estímulos visuales, kinésicos, espaciales, actitudinales, fisiológicos; es decir, a partir de discursos sobre el cuerpo, que finalmente producen (en términos de sentido) a los cuerpos que observamos.

Por consiguiente, si en la sociedad circulan discursos perniciosos en torno a las características de los cuerpos gordos, es esperable que las personas los interpreten de esa manera. Así, podemos hablar de la gordura como estigma, en el sentido de atributos profundamente desacreditantes, como una marca corporal que dirige la interpretación de nuestra mirada hacia significados negativos. La estigmatización corresponde al proceso social mediante el cual los contenidos simbólicos de un atributo físico son atribuidos al sujeto que lo encarna. Y estas atribuciones negativas naturalmente derivan en discriminación.

Pero, si bien la sociedad cristaliza cierto contenido simbólico en la gordura, para entender el por qué de su discriminación tenemos que ir más allá de las interpretaciones gordofóbicas de los cuerpos gordos, para pasar a analizar las operaciones que realizan los sujetos y grupos sociales al momento de rechazar, excluir y desmarcarse de las personas gordas y de la gordura como concepto mismo. 

Al rechazarse la gordura desde argumentos relacionados a la belleza, o más bien, la supuesta falta de belleza o derechamente fealdad de los cuerpos gordos, lo que se produce es la reproducción de unos ciertos ideales de belleza asociados a la marca de la delgadez, y el privilegio que éstos conllevan. Hablamos de privilegio porque la belleza suele tratarse de un concepto oposicional, donde el mecanismo clave es la distinción: apelar al supuesto valor inherente a una estética minoritaria y particular, en contraste con la que tienen los “otros”, usualmente otros racializados, explotados, o marginados. La belleza se entiende como privilegio porque se construye de tal manera que excluya a ciertos cuerpos de su valoración, sancionando así a las personas que no se adecúen al ideal como forma de reafirmar el valor de quienes sí lo hacen.

La discriminación de la gordura también opera desde una perspectiva moralista, bajo la necesidad de sancionar y castigar a los cuerpos interpretados como fallidos, buscando formas de comunicar a estos cuerpos disidentes que sus cuerpos supuestamente evidencian falencias moralmente reprochables, tales como irresponsabilidad, inmoralidad, enfermedad, descuido y pereza. En otras palabras, se reprocha que las personas gordas no se cuidan, no toman la iniciativa, son un peso para el sistema de salud, carecen de motivación, carecen de autoestima, y otros prejuicios moralistas. De este modo, se configuran discursos sobre la gordura como el opuesto del conjunto de comportamientos e ideales propios del sujeto neoliberal: aquél individuo que internaliza el imperativo neoliberal de productividad, mérito y esfuerzo individual, el cual sería simbolizado en la belleza/salud/moralidad de la apariencia delgada, en contraposición al fracaso de “los otros” evidenciado en sus cuerpos gordos. Acá el subtexto es que una persona esforzada vería su calidad moral reflejada en un cuerpo delgado, mientras que la gordura revelaría personas “inferiores” bajo criterios neoliberales, y por consiguiente, necesarios de excluir, por ejemplo, en contextos laborales.

Finalmente, uno de los pilares centrales de la discriminación de la gordura radica en argumentos médicos para descalificar a las personas gordas como si fueran personas enfermas, apropiándose del discurso médico para justificar prejuicios y actitudes discriminatorias. Esta perspectiva suele relacionar la gordura con mala salud, basándose en formas superficiales de interpretar el bienestar que relacionan la delgadez con la salud. Esto resulta incorrecto, dado que una inspección visual es incapaz de revelar el estado de salud de una persona. Sin embargo, nuestra cultura pone gran énfasis en la mirada y lo visual, donde lo bueno equivale a lo bello y la mirada es el sentido principal, reforzando la idea de la apariencia sería capaz de revelar algo profundo sobre las personas. Esta primacía de las apariencias resulta funcional a una sociedad de consumo donde se promete poder reconstruir al yo a gusto del consumidor, donde incluso es posible comprar la apariencia de salud y bienestar mediante fármacos, cirugías, dietas y rutinas reductoras de peso.

De estas formas, y sin duda de muchas otras, podemos entender por qué tantos individuos y grupos sociales participan de la discriminación de personas gordas, ya sea por su propio beneficio (marcar su belleza, su superioridad moral, o su supuesta salud), o por un simple interés por defender el statu quo (la definición de lo bello y del buen gusto, de las formas socialmente valoradas de administrar la propia vida, o de la forma en que se ven las “buenas” personas).

¿Cómo se comprende el cuerpo gordo u obeso por la sociedad?

Desde la perspectiva de la moralidad, los cuerpos gordos se interpretan como exponentes de: negligencia, irresponsabilidad, indisciplina, irracionalidad, equivocación y desviación. Ello dado que se asume que las personas son gordas por no hacerse cargo de sí mismas, de carecer de capacidad disciplinar para regular el apetito y la actividad física, por no poder controlarse o gobernarse correctamente, o por haber sido incapaces de tomar las decisiones correctas a través de sus vidas. Estas suposiciones moralistas se conectan también a suposiciones sobre la salud de las personas, bajo el paradigma de que cada persona es responsable de su propia salud y de que el cuerpo sería maleable o modificable según la voluntad de cada persona.

Desde la perspectiva de la apariencia, los cuerpos gordos son percibidos como indeseables, poco atractivos, desagradables, asexuales o hipersexuales, invisibles pero hipervisibles. Esto proviene del contenido de los cánones estéticos dominantes, donde la silueta delgada lleva décadas imperando en occidente, pero también del asumir  la vida íntima y afectiva de las personas gordas, en tanto personas sexualmente frustradas, o bien hipersexuales debido a la supuesta necesidad de superar su frustración sexual. Se da también la paradoja de que son percibidos como cuerpos invisibles, sin representación mediática o bien ignorados, pero a la vez criticados por el espacio que usan y por el escándalo que implicaría representarlos en medios comunicacionales o puestos de poder. Paradigmático de este tema es el conocido reclamo de “glorificar la obesidad” apenas una persona gorda comete el pecado de mostrar su cuerpo en redes sociales, la hiper visibilidad de un cuerpo otrora invisible, ocultado.

Todo esto corresponde sencillamente a prejuicios acerca del valor y del comportamiento de las personas gordas, que no tiene sustento en la realidad de cada una de ellas, sino que constituyen ficciones mediante las cuales las personas se explican, incorrectamente, la existencia de la diversidad corporal.

¿Cómo la sociedad podría cambiar el paradigma del cuerpo gordo?

Algunas palabras clave para cambiar el paradigma que discrimina a los cuerpos gordos serían: resignificación, visibilización, performatividad y activismo.

Resignificación por la lucha para desafiar prejuicios sobre los cuerpos, buscando cambiar estos errores con información modera y más tolerante acerca de la diversidad corporal y el respeto de las diferencias entre las personas. Visibilización, porque hacerse presente, expresarse y atreverse a vivir siendo una corporalidad contrahegemónica resulta un acto político que desafía lo instituido por el mero acto de presencia. Lo anterior conecta con la performatividad, esta idea de que la realidad social se sustenta mediante los actos que repetimos diariamente, y que entre cada una de estas repeticiones inconscientes cabe la posibilidad de subvertir la normalidad, influyendo así el ciclo de repeticiones que nos constituyen como sujetos. 

Y finalmente activismo, porque adquirir un compromiso para con el cambio social resulta absolutamente primordial para organizar y llevar a cabo todas las disputas que sean necesarias contra una hegemonía que insiste en enfocar todos los males de la sociedad en los cuerpos disidentes.