Este texto es una introducción al concepto de masculinidad desde una perspectiva crítica, que problematiza el carácter hegemónico de la masculinidad patriarcal. Se critican las ideas esencialistas de género para explayar la existencia de múltiples masculinidades, sin embargo se contempla el dominio de una forma particular de masculinidad (la patriarcal) y su rol en la reproducción del sistema de dominación patriarcal. La masculinidad hegemónica es definida en sus valores opresivos y dominantes, sus componentes misóginos y homofóbicos, su validación homosocial, y su inherente fragilidad, para finalmente criticar su naturaleza violenta y dañina que no sólo afecta a las mujeres, sino también a los mismos hombres.
El género masculino
Las masculinidades son las distintas formas que puede adquirir el género masculino. No provienen de la condición biológica de ser hombre o del tener pene, sino que –en tanto género– corresponden al conjunto de significados construidos socialmente acerca de lo que significa ser hombre en un determinado tiempo y contexto. El género comprende las prácticas, apariencias y significados que construyen a los cuerpos sexuados como tales, dotándolos de contenido de tal manera que nos sea posible interpretar a los individuos como hombres y mujeres. Lo masculino y lo femenino corresponde a dos polaridades dentro del amplio espectro del género, donde cada cuerpo –en virtud de su comportamiento y expresión– puede ser identificado de acuerdo a dichas dimensiones en diferentes grados, pero bajo nuestra cultura patriarcal y binaria, los sujetos suelen ser categorizados en uno u otro género.
Binarismo de género
La idea de que existe una sola masculinidad, un “deber ser” para los hombres, o una forma de ser hombre “de verdad”, es producto de una cultura donde el género es considerado de manera binaria; es decir, con una división marcada entre masculino y femenino, cuyas características serían opuestas, diferentes, y complementarias. La masculinidad hegemónica es el modelo de masculinidad imperante en la sociedad patriarcal. Se basa en la represión y negación de lo que “no es de hombre” y de las “cosas de mujeres”, con la intención de demostrar que no se es mujer ni homosexual, para así validarse como masculino ante los demás hombres.
Masculinidad como oposición a la feminidad
La masculinidad hegemónica adquiere sentido en oposición a la feminidad. A grandes rasgos, esta masculinidad se compone de la oposición a los elementos femeninos, los cuales han sido configurados históricamente mediante la dominación masculina que ha relegado a la mujer a la condición oprimida e inferiorizada. La cultura occidental ha definido ciertas características correspondientes lo femenino: lo pasivo, emocional, y natural (entre otras). El factor de lo natural ha sido usado para confinar a la mujer a la crianza, el trabajo doméstico y de cuidados, en base a la construcción social de que sus facultades biológicas y corporales para concebir vida debiese confinarlas socialmente a dichos roles y no a otros. La pasividad, la irracionalidad y la emocionalidad –probablemente basadas en construcciones sociales a partir de fisiología femenina, al sexo, la religión, y otros– configuran a las mujeres como sujetos dóciles y sumisos, validándolas cuando cumplen dichas expectativas, y sancionándolas cuando las desafían. Por otro lado, la masculinidad carece de una definición arraigada en lo biológico o corporal, sino que es definida en torno a la construcción social de lo femenino como su oposición; es decir, lo masculino como el negativo de lo femenino: activo (en oposición a lo pasivo), racional (en oposición a la emoción), y cultura (en oposición a la naturaleza).
Así, lo masculino no refiere a la condición biológica o sexual de ser hombre, sino a una forma de diferenciación social entre hombres y mujeres basada en la idea de binarismo de género (la heteronorma), que implica mucho más que la diferencia entre órganos reproductores, sino que comprende comportamientos, gustos, aversiones, expectativas, represiones, y muchos más elementos que tienen un origen social, y no biológico ni genético. Son nuestros comportamientos (como hombres y mujeres) los que contribuyen a reproducir los géneros que actuamos. Por ende, el género es performativo: no es un derivado directo del sexo biológico, sino que depende de la constante reproducción y vigencia de los actos y las ideas que los componen. Por lo tanto, y de acuerdo a lo anterior, la masculinidad es una identidad altamente performativa, o dicho en otras palabras, es una performance, una “actuación” que debe ser mantenida de manera activa. Demostrar que no se es femenino posibilita ser masculino, por lo que los hombres que desean asociarse a la masculinidad hegemónica deben reprimir sus aspectos “femeninos”, incluyendo el pleno desarrollo de sus emocionalidades. Vivir criados en un sistema patriarcal que impide a los hombres desarrollarse de manera libre, en su lugar imponiéndoles una masculinidad restrictiva y tóxica, produce hombres dañados emocionalmente y propensos a la violencia, debido a la incapacidad de mediar las experiencias de derrota que inevitablemente vivirán dentro de su performance masculina.
La masculinidad hegemónica
Las masculinidades se definen en relación al modelo hegemónico de masculinidad, ya sea en identificación, rechazo o crítica a éste. La masculinidad hegemónica es la imagen de los hombres que controlan el poder. Se trata del modelo de masculinidad que hace referencia a los hombres poderosos, burgueses, fuertes y dominantes, y por lo tanto, se basa en imágenes idealizadas de los “verdaderos hombres”, lo cual excluye al resto (la mayoría) de los hombres.
Quienes encarnan la hegemonía masculina son una minoría. Quienes no son hegemonía, de todas maneras se benefician de la existencia del patriarcado, pues es un sistema que beneficia a todos los hombres y no sólo a los “mejores”. Los hombres que no ejercen la autoridad masculina de forma explícita, pero tampoco ponen en cuestión la estructura de privilegios de la que se benefician –gracias a la violencia explícita y simbólica de otros hombres– terminan siendo cómplices del patriarcado, aún sin cargar con el peso de “ser machistas”. Así, existe una complicidad entre los diferentes grados de masculinidad patriarcal en pos del dividendo patriarcal que les reporta.
De acuerdo a Michael Kimmel, la masculinidad hegemónica se define por tres elementos clave:
- El cuerpo es utilizado como un instrumento para expresar el dominio, ya sea mediante comportamientos rudos y violentos, mediante formas de sexualidad activa y dominante, a través del acondicionamiento físico, y por medio de la participación en posiciones sociales de autoridad.
- La identidad masculina se desarrolla a partir de actividades masculinizadas, realizadas fuera de la sociedad (al aire libre) y fuera de lo civil (deportes, disciplina militar), como formas de complementar su dominio en las esferas sociales y de la civilización. Estas actividades expresan valentía, coraje, determinación y fuerza, que también son cualidades masculinas.
- La masculinidad hegemónica se posiciona en relación contraria a lo subalterno; es decir, creando al otro como oposición al nosotros: homofobia, misoginia, y el rechazo a las masculinidades no-hegemónicas.
Robert Brannon define la masculinidad hegemónica de forma sucinta sencilla, a través de cuatro pilares fundamentales:
- Anti-feminidad: “Nada con asuntos de mujeres”.
- Dominación y control: “Sea el timón principal”.
- Fuerza y resistencia: “Sea fuerte como un roble”.
- Agresividad y osadía: “Mándelos al infierno”.
El cumplimiento de estas prescripciones de género confiere virilidad, entendida como un recurso cultural que permite cuantificar la masculinidad en términos patriarcales. La virilidad es la esencia de un hombre con el poder, en el poder. En una sociedad patriarcal, las distintas masculinidades o “formas de ser hombre” son evaluadas y valorizadas de acuerdo a la virilidad. Los distintos hombres enfrentan un acceso diferenciado a los recursos que confieren virilidad, y esto da lugar a una competencia para poseer virilidad, expresar virilidad, preservar virilidad, y devaluar la virilidad del resto de los hombres. Esta dinámica cuasi-mercantil explica muchas de las dinámicas hiper-masculinas que son típicas de hombres socializados en masculinidades patriarcales.
Hegemonía y machismo
La idea de hegemonía implica que la dominación de un grupo social logra imponer una cierta ideología que es aceptada socialmente en la forma de un sentido común. En nuestra sociedad, la ideología patriarcal se ha instalado de manera tan profunda a través de los siglos que su ideología se ha naturalizado; es decir, su condición de ideología se oculta tras los velos de la biología que busca negar al género, la historia que invisibiliza a las mujeres, el lenguaje falocéntrico que toma a lo masculino como la norma, las economías construidas sobre el trabajo no remunerado de las mujeres, los gobiernos organizados por hombres desde la colonización, y tantas otras instituciones teñidas de sexismo y machismo. El profundo arraigo del patriarcado en las instituciones sociales hacen parecer al estado actual de la desigualdad de género como algo “normal”. Así, en una sociedad patriarcal, el sentido común respecto del género corresponde a una jerarquía de los hombres sobre las mujeres. El machismo es el conjunto de ideas y prácticas que validan y reproducen la masculinidad patriarcal como una forma de “ser hombre” válida e ideal, basada en la opresión de las mujeres. En este sentido, la masculinidad hegemónica es la masculinidad construida a partir de elementos patriarcales que procuran reproducir una organización de la sociedad que beneficia a los hombres con posiciones de poder y de explotación económica y sexual (oprimiendo económicamente a otros hombres y mujeres, y además a las mujeres mediante su cosificación, sumisión y sexualización). La masculinidad hegemónica se trata de una estrategia que garantiza esta forma de dominio, y es en virtud de ello que se define mediante elementos hostiles, agresivos, competitivos, individualistas, y utilitaristas, pues son estos atributos los que les permiten obtener el éxito en sociedades capitalistas neoliberales.
Los recursos y beneficios limitados de la civilización son asegurados para los hombres por la estructura patriarcal, primero mediante la división sexual del trabajo y luego reproduciendo el sexismo, de manera paralela a la estratificación según clase y raza. Esto comprende subordinar a otros géneros para contribuir a la jerarquía social.
La masculinidad hegemónica se funda en la misoginia
Los hombres de masculinidad hegemónica se comportan y se entienden como si estuvieran en una posición de liderazgo y dominación respecto a los otros géneros (incluyendo mujeres y otros tipos de masculinidades).
Una de las formas de dominación y demostración de virilidad es la misoginia. Misoginia es la instauración, validación y reproducción de ideas que describen a las mujeres como inferiores, posibilitando la dominación masculina no sólo en los espacios políticos y económicos, sino también en el hogar, en las relaciones sexuales, y en cualquier otra interacción social. Más aún, la misoginia instaura la idea de que todos los atributos, características y gustos femeninos son inferiores y negativos, y por ende rechazables, dando sustento a la construcción identitaria de la masculinidad como oposición de lo femenino en base a la intención de posicionarse como el sexo fuerte. De ahí que los hombres patriarcales rechacen (y se burlen de) las expresiones emocionales, las tareas domésticas, la sensibilidad, la delicadeza, y otros elementos socialmente considerados como femeninos.
La opresión de la mujer es funcional a la reproducción del sistema social patriarcal. Quizás el objetivo principal del patriarcado es configurar a la mujer como un objeto; es decir, como la potencial propiedad de los hombres. Al ser consideradas objeto y no sujetos, las mujeres son percibidas por los hombres patriarcales como propiedad colectiva, que está disponible para ser “conquistada” o apropiada por los hombres, dando lugar a una competencia por la acumulación de mujeres a cambio de utilizarlas como marcador de virilidad. El cuerpo femenino como propiedad es usado o consumido para el disfrute masculino, explotado sexualmente al ignorar no sólo el deseo y placer femeninos, sino al negar su condición como sujetas, y volverlas objetos sexuales. También es explotado económicamente, al relegarlas a la esfera privada de la sociedad, que comprende la crianza de hijos, el cuidado del hombre y de la familia, y el trabajo doméstico, que en su conjunto son las formas de trabajo no remunerado (es decir, explotado) que sostienen la economía de la esfera pública.
Las mujeres concebidas como objeto en clave patriarcal procuran estos y otros beneficios a los hombres. Por lo tanto, las mujeres que desafíen los preceptos de la feminidad patriarcal serán corregidas por los hombres y por la sociedad patriarcal en su conjunto, criticándolas, tachándolas de malas mujeres, putas, maracas o brujas, y ejerciendo violencia psicológica y física contra ellas. La violencia de género, a través de todo su continuo –que va desde la manipulación psicológica hasta la violencia letal– es la herramienta más directa de control de las mujeres en función del patriarcado. Por otro lado, el patriarcado también se encarga de validar a las mujeres que se someten, otorgándoles identidades y privilegios que hacen parecer que su sumisión “vale la pena”, evitando que oigan el sonido de sus cadenas. Esto ocurre mediante el bombardeo mediático de imágenes idealizadas de mujeres satisfaciendo el deseo masculino, el culto a la delgadez, la celebración –e imposición– de la maternidad, la crianza de “damas” y “señoritas”, la asistencia institucional de mujeres en roles domésticos , etcétera. El objetivo es configurar una sociedad que premie a las mujeres que se someten, y que castigue a las que se resistan.
Patriarcado
A partir de la desvalorización de lo femenino, los hombres pretenden consolidarse en el poder al naturalizar su “derecho innato” a explotar, usar, excluir y oprimir mujeres. El patriarcado es una estructura social donde el sexo como diferencia biológica es usado para justificar un patrón cultural de dominación que garantiza la existencia de ciertos roles sociales según género, los cuales en última instancia privilegian a los hombres. El objetivo de las ideas patriarcales es reducir a la mujer a una segunda categoría, a la que se explota laboral, emocional y sexualmente, excluyéndolas de la vida pública para dejar dicho campo a los hombres.
El componente anti-femenino de la masculinidad hegemónica o patriarcal indica a los hombres que existe un beneficio en el distinguirse de lo femenino. Este deseo de distinción deviene en el temor a ser reconocido como femenino por sus pares, derivando a la misoginia en homofobia.
La masculinidad hegemónica se basa en la homofobia
El poder de la masculinidad proviene de subyugar grupos sociales (mujeres, hombres femeninos), por lo tanto resulta clave que los hombres ejerzan la subyugación de dichos grupos, ya sea activa o pasivamente (como cómplices), para así reproducir el poder patriarcal y mantenerse dentro del grupo dominante del patriarcado mediante la protección de los intereses masculinos hegemónicos. Entonces, la homofobia es la necesidad de los hombres patriarcales de demostrar el rechazo a los grupos inferiorizados para expresarse como varones en consonancia con los ideales patriarcales de hombría. No demostrar este rechazo puede provocar la desvinculación del grupo, al ser interpretado como un hombre menos válido; es decir, dominable. La expectativa patriarcal es que los hombres deben dominar y evitar ser dominados. Es un sistema de privilegios que pone en riesgo a los propios hombres, pues se basa en el terror a la sanción patriarcal asociada al ser mujer y/o no ser hombre. La homofobia es la amenaza de lo que le sucede a los hombres que dejan de comportarse en consonancia con la masculinidad hegemónica: el castigo por dejar de formar parte del grupo dominante y “pasarse” al grupo de las y los dominados.
El rechazo de los “otros” hombres
Los hombres que adquieren comportamientos o características femeninas ven su hombría rechazada, y por lo tanto, su masculinidad devaluada, producto de su afinidad a lo “otro”; es decir, su feminización. Los hombres que expresen gustos y deseos homosexuales o no-heterosexuales también serán rechazados, ya que la heterosexualidad es clave para la normalización de la cosificación misógina de la mujer.Por lo tanto, cualquier forma de “ser” hombre que se aleje de las imposiciones de comportamiento, deseo, expresión e identidad que configuran a la masculinidad patriarcal es considerada una desviación de lo “normal”. Esta desviación de la masculinidad patriarcal puede tomar distintas formas: homosexualidad, expresión de posturas antipatriarcales, presentar comportamientos o identidad con rasgos femeninos, ser trans o experimentar un proceso de transición de género o sexo, o pertenecer a una disidencia sexual o de género. Todas estas alternativas critican en distintos niveles a la idea hegemónica sobre una única masculinidad, y en la práctica comunican la existencia de alternativas a este rígido molde patriarcal. Por lo tanto, la sanción social de los hombres que se “desvían” de la norma masculina resulta un mecanismo crucial para la reproducción del sistema patriarcal.
Las “otras” masculinidades
Los varones “desviados” son rechazados por sus pares hombres a través de la burla, la exclusión social, la estigmatización, y la violencia, con el objetivo de desincentivar cualquier alternativa a la masculinidad hegemónica. El ejercicio masivo de la masculinidad patriarcal, en gran medida ejercida de forma inconsciente, da lugar a una organización social que reproduce la dominación masculina: el patriarcado. De este modo, la existencia del patriarcado requiere de la complicidad de una mayoría de los hombres, quienes deben reproducir actitudes patriarcales y validar instituciones patriarcales para mantener vigente dicha organización sociocultural. La existencia de hombres que no se integren a la masculinidad hegemónica, por lo tanto, representa un riesgo para el patriarcado, en el sentido que desmitifica la idea de que existe una “única” forma de masculinidad, siempre y cuando las “nuevas” masculinidades surjan en oposición crítica a la masculinidad hegemónica. La subordinación de otras masculinidades, entonces, procura mantener en la parte baja de la jerarquía de las masculinidades a cualquier alternativa, usando la violencia simbólica o física como forma para marcar o “corregir” los parámetros de comportamientos y deseo de los demás.
La masculinidad como proyecto
En base a todo lo anterior, la masculinidad puede ser entendida desde Connel como un proyecto, en tanto se basa en la acumulación de símbolos culturales que expresen virilidad, demostrando la masculinidad lograda. Los hombres siempre están intentando mantener su proyecto de masculinidad, pues dejar de mantenerlo puede significar que sean desenmascarados como un hombre “intentando” ser hombre en lugar de un hombre “de verdad” (cosa que, como hemos visto, no existe, en tanto es un proceso). La idea de proyecto significa sucesivos intentos de acercarse a una imagen de virilidad idealizada, lo cual no siempre es posible por distintas razones. La dificultad de demostrarse como hombre en clave patriarcal yace en el hecho de que la virilidad o la hombría no pueden poseerse, sino que deben ser demostrados mediante acciones (recordemos que el género es performativo y no inherente a los cuerpos). El patriarcado ha dictado que la condición femenina es supuestamente intrínseca a su cuerpo y su naturaleza, pero en contraposición, la masculinidad es un constructo racional, viril, y dominante, que implica esfuerzos de mantención y validación constantes.
La masculinidad es inherentemente frágil
Los designios de masculinidad pueden ser difíciles de alcanzar, y cuando son alcanzados, son fácilmente desestimados: apenas basta una burla para poner en duda el proyecto de masculinidad de un hombre, quien tendrá que recurrir a alguna estrategia para reafirmar su cuestionada masculinidad y probar que efectivamente se es “hombre” y no “inferior”. En este sentido, la masculinidad es inherentemente frágil, pues la multiplicidad de factores que deben ser satisfechos para que un hombre sea identificado como un hombre “de verdad” inevitablemente producen inseguridad.
Los hombres son criados bajo una identidad de género que los pone en la compleja posición de ser los dominantes, requiriendo además de la validación de otros hombres. Sean o no efectivamente dominantes, la satisfacción de esta identidad implica al menos “mostrarse” como si lo fueran; es decir, actuar como actúan los hombres dominantes: verse, comportarse, hablar, desear, pensar, beber, amar, como un macho. En pos de su validación identitaria, y a través de estos comportamientos normativamente masculinos, los hombres llevan una máscara de hombría. Pero también saben que esta máscara puede caerse en cualquier minuto. Para los hombres, esta máscara puede ser objeto de orgullo, y desenmascarar a otros hombres puede resultarles aún más empoderante, al evidenciar a los otros como fraudes para quedar como líderes. A su vez, ser desenmascarado como un sujeto que se encuentra fingiendo al participar de una performance –la performance del género– resulta humillante para los hombres, pues significa que no son realmente hombres, sino que meramente pretenden serlo. Y esta es la realidad de todos los hombres, pues el género sólo se sostiene mediante la práctica. No se es inherentemente masculino, ni se nace hombre, sino que se llega a serlo al participar de la construcción social de la masculinidad patriarcal. Por esta razón, cualquier desafío a la hombría, virilidad o masculinidad de un hombre es respondido por el varón interpelado de forma desesperada, pues inconscientemente sabe que la hombría que le valida y le da sentido a su vida no es más que una actuación. La fragilidad masculina significa que estos hombres hacen todo por mantener su imagen, a sabiendas de que cualquier falla en su performance de género puede defraudar a sus pares, a su familia, a su pareja, o a sí mismos. Ante cualquier crítica, rápidamente intentan reafirmar su masculinidad para que no quepa duda de su condición de hombre, pero estos esfuerzos paradójicamente los evidencian como sujetos inseguros, de identidades frágiles, en busca de validación social.
Validación homosocial: hombres como la policía de género
Los hombres internalizan la mirada evaluativa de sus pares, empezando por el padre, quienes operan como una “policía de género”, validando o rechazando las masculinidades para reproducir el orden social que les beneficia. Así, la hombría debe ser reconocida por otros hombres. La masculinidad deviene un ejercicio truncado de reconocimiento, un reconocimiento que nunca se obtiene pues es cuestionado en enseguida, ya que está en el interés de los hombres el denostar a otros hombres para acentuar su propia masculinidad. Por eso entre hombres patriarcales abundan los desafíos, los insultos, y las bromas homofóbicas.
La aprobación se recibe desde otros hombres porque las mujeres se consideran en un nivel inferior, como objetos o recompensa de la hombría, y no como sujetos horizontales. Los hombres tienen el monopolio de la opinión sobre cómo deben ser las cosas (recordemos que son ellos los “racionales”, los sujetos de saber). La mujer, como objeto, valida la masculinidad sólo cuando es conquistada o consumida, expresando el deseo normativo y la virilidad hacia otros hombres. Por esto los hombres alardean sus conquistas, a menudo mintiendo para hacerse ver más “viriles” de lo que son.
La violencia en el seno de la masculinidad
De acuerdo a lo que hemos visto, el patriarcado se funda en la violencia y la explotación, y forma parte de un sistema de dominación más amplio.
La masculinidad hegemónica, de tipo patriarcal, incide en múltiples formas de violencia. Tanto en cantidad como en gravedad, son los hombres quienes en su mayoría asesinan, delinquen, y agreden a otras personas. Los hombres exigen la masculinidad en sus pares mediante la homofobia y la transfobia, agrediendo físicamente a la comunidad LGBTIQ, incluso causándoles la muerte a raíz de la intolerancia. La masculinidad es afirmada entre los hombres mediante la violencia, dando lugar a riñas y actos de violencia completamente superfluos que plagan de inseguridad a las comunidades más pobres, donde los hombres sumidos en la insuficiencia económica anhelan cualquier tipo de validación, ya sea mostrándose como machos, violentando a sus parejas, o violentando a sus pares. Las mujeres son sometidas a un continuo de distintas formas de violencias, todas amparadas por la ideología patriarcal, causando miles de mujeres asesinadas por sus parejas en todo el mundo.
Aparte de ser una violencia dañina para las mujeres, niños y niñas, y personas LGBTIQ, también resulta una violencia autodestructiva. Justamente, Kaufman plantea que la masculinidad hegemónica se construye a partir de la violencia.
- Violencia hacia las mujeres:
- Violencia doméstica: Sometimiento de las mujeres a las labores domésticas, de cuidados, y reproductivas, con base en el rechazo de las actividades típicamente femeninas, y de la idea de división de las esferas sociales, donde el hombre se desempeña en lo público y la mujer en lo privado.
- Violencia sexual: Normalización del placer derivado de la subyugación de la pareja, del disfrute sexual de otras mujeres sin su consentimiento, de la violencia en la pornografía, y de gustos dominantes en el acto sexual. En tanto las mujeres son consideradas objetos y/o propiedad, son también trofeos sexuales, lo cual da lugar a acosos sexuales, acoso callejero, y violaciones. Las mujeres son vulneradas sexualmente por hombres en cualquier posición de autoridad (profesores, jefes, sacerdotes, policías), porque se creen con el poder –investido por la ideología patriarcal– de disponer libremente de ellas.
- Violencia contra las mujeres: La violencia simbólica que expresa la inferiorización femenina y la reproduce se ejerce a escala global, en cada rincón de nuestra cultura occidental. Masificación del uso de violencia psicológica, física, y sexual como forma de corregir los comportamientos de las mujeres, en tanto se consideran como propiedad.
- Violencia hacia otros hombres:
- Competitividad entre hombres como construcción de la identidad mediante lo activo y lo dominante.
- Demostración continua del estatus de masculinidad mediante agresiones y violencia, so pena de sanción por caer en lo femenino o desviado.
- Resolución de problemas personales y emocionales mediante la violencia y los golpes.
- Rechazo del afecto de otros hombres, sublimado como violencia amistosa o afectiva.
- Uso de lenguaje violento como rechazo de lo afectivo, y como máscara constante de una supuesta dureza.
- Endurecimiento innecesario de las relaciones padre/hijo, como creación de un referente fuerte y resiliente, que niega la libre emocionalidad con sus hijos.
- Violencia hacia sí mismos:
- Represión de sus emociones, volviéndolos incapaces de solucionar sus conflictos personales, amorosos y familiares, produciéndoles efectos psicológicos negativos.
- Negación de sus propios aspectos y características femeninas, boicoteando sus propias libertades para coincidir con una imagen de masculinidad.
- Represión de sus afectos producida por la socialización patriarcal. Esto inhibe la capacidad de expresarse afectivamente con otros, trunca la inteligencia emocional, y priva a los hombres de dimensiones subjetivas en su relación con los otros debido a su opción por cerrarse y mostrarse fuertes ante sus emociones, sentimientos, y las adversidades.
- Inhibición del desarrollo de lazos afectivos profundos con otros hombres, por temor a la homosexualidad.
- Inhibición del desarrollo de lazos de amistad profundos con mujeres, debido a la imposición sexista de ver a las mujeres como objetos (sexuales) en lugar de sujetos.
- Represión de la posibilidad de amar a otros hombres.
- Represión de su propia identidad de género, que podría (o no) contener elementos feminizados.
- Represión de su expresión de género para coincidir con una imagen masculina.
- Las consecuencias emocionales de la masculinidad patriarcal en los hombres los lleva a cometer suicidio en mucha mayor proporción que las mujeres.
Estos fenómenos posibilitan un sistema donde la violencia se legitima como forma de mantención de los privilegios (dominación de hombres sobre mujeres, hombres sobre diversidades/disidencias sexuales, y dominación del hombre por el hombre). Es una escala de privilegios, donde los escalones se suben mediante la violencia.
La masculinidad patriarcal, con su imposición social de la forma hegemónica de masculinidad por sobre otras alternativas (críticas o no) al patriarcado, y basándose en contenidos misóginos, homo/bi/transfóbicos, y neoliberales, se inserta como una pieza clave dentro de la matriz de dominación. Machismo, heteronorma, clasismo, racismo, y otras formas de opresión de un grupo sobre el otro, intersectan de tal manera que configuran una sociedad de desigualdades e injusticias complejas que posibilitan la mantención del poder por parte de unos pocos. Este orden social se basa en las distintas violencias que ejercen los opresores contra los oprimidos.
En el caso de la masculinidad, esta violencia evidencia una crisis. La violencia que funda la masculinidad patriarcal daña a toda la sociedad, incluyendo a los mismos hombres. ¿Cómo posibilitar otras formas de ser hombre que no se basen en la violencia o la opresión de otras identidades? ¿Es acaso posible una masculinidad que no sea opresiva?
Bibliografía
- Connell, R. (2003). La organización social de la masculinidad. En: Lomas, C. (Ed.). (2003). ¿Todos los hombres son iguales?: identidades masculinas y cambios sociales (Vol. 83). Editorial Paidós.
- Kaufman, M. (1989). La construcción de la masculinidad y la tríada de la violencia masculina.En: Hombres. Placer, poder y cambio. Ediciones Populares Feministas. Colección Teoría, 1989.
- Kimmel, M. (1997). Homofobia, temor, vergüenza y silencio en la identidad masculina. Masculinidad/es. Poder y crisis, (24), 49-63.
- López, A., & Güida, C. (2000). Aportes de los estudios de género en la conceptualización sobre masculinidad. Santiago: Universidad de Chile.
- Ochoa, M. M. (2001). Masculinidad y poder. Revista Espiga, 2(4), 1-8.
Apuntes y ensayos sobre estudios de género, sociología del cuerpo y teoría feminista por Bastián Olea Herrera, licenciado y magíster en sociología (Pontificia Universidad Católica de Chile). bastimapache basti mapache
Estimado Bastián, un gusto poder comentarte en tu blog que leo profusamente. Es primera vez que lo hago.
Tengo un problema con la tesis, y que surge precisamente de los intersticios en que estas categorías se suspenden.
Habría, de cierta manera, de ver cómo poder estudiar a otros sujetos (por ejemplo, el sujeto flaite), que es propiamente una puesta en tensión de esta idea de masculinidad que parece tan acabada y hasta tan ontológica. Porque precisamente existen elementos contradictorios: por un lado, la hipermasculinización, y por el otro, la posibilidad de que existan importantes demiostraciones de afecto entre hombres, o de la preocupación estética. En Chile, Duarte se ha referido brevemente al tema con la tesis del “límite”. Y de cierto modo, Ghërre también enfrenta el asunto en su fotografía. Es un tema interesante. De alguna manera, un siguiente artículo podría hacerse cargo del tema.
¡Gracias por el comentario! Efectivamente, la masculinidad es puesta en tensión en la práctica, donde en la realidad se aplica con diferentes matices y variabilidades relacionadas a los contextos sociales donde los hombres se socializan como tales. La masculinidad “flaite” es un gran ejemplo de estas tensiones, y también de las exacerbaciones de otros elementos presentes en la masculinidad hegemónica patriarcal, como los de la expresión de violencia y resistencia, ya sea mediante la agresión o amenaza, la capacidad de consumo (vestimenta, estilo de vida), y el consumo de sustancias. Por eso, este texto pretendió resumir la masculinidad hegemónica patriarcal, que es un tipo (quizás el “tipo ideal” de las masculinidades), y de todas formas existen otras masculinidades, ya sea alineadas a la hegemonía o distanciadas de la misma. Sin lugar a dudas sería interesante estudiar ese caso! Saludos.