Feminismo neoliberal y neoliberalización del feminismo

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De las múltiples ramas de feminismo que desbordan los libros, pancartas, asambleas y avenidas, una de ellas –si es que fuese posible de individualizar– parece diferir del resto, tanto en sus pretensiones como en su práctica cotidiana. El feminismo neoliberal escasamente se autodenomina a sí mismo como tal; sin embargo, su presencia es detectable mediante el análisis ideológico y discursivo de campañas publicitarias, programas políticos y libros de autoayuda y directorios de empresas; pero más aún, entre una amplia cantidad de mujeres que siente afinidad al feminismo, y que de hecho lo ha incorporado, sin demasiado roce, a su vida cotidiana dentro del sistema capitalista neoliberal moderno.

Como sabemos, el neoliberalismo es un sistema político y económico instaurado en la región Latinoamericana mediante una “masacre estatal y paraestatal de la insurgencia popular y armada, y consolidado en las décadas siguientes a partir de gruesas reformas estructurales” (Gago). Esta ideología fue importada desde Norteamérica e impuesta violentamente en las décadas del 70 y 80 en Sudamérica, modificando profundamente las economías regionales —así como nuestras aspiraciones y subjetividades individuales— a la par que se obliteraban proyectos emancipatorios locales.

Neoliberalismo

En tanto sistema, definir al neoliberalismo resulta problemático, dado el grado inadvertido de intromisión que éste mantiene sobre nuestras vidas. Verónica Gago plantea dos formas de abarcarlo: desde arriba, en tanto “régimen de acumulación global que precisa de la mutación de las instituciones estatales para su desarrollo y expansión”, y desde abajo, como la “proliferación de modos de vida que reorganizan las nociones de libertad, cálculo y obediencia, proyectando una nueva racionalidad y afectividad colectiva” (Medina-Vincent 2).

Profundizando en sus distintas expresiones, Elisabeth Prügl (4) define al neoliberalismo en tanto proyecto político, doctrina económica, y racionalidad. El proyecto político neoliberal, enarbolado por figuras como Tatcher, Reagan o Pinochet, plantea como motivos centrales la desregulación de la economía, la privatización de empresas, y ajustes estructurales que fomentan la apertura y libertad de mercados (Prügl 4). En este sentido, Hester Eisenstein (36) denomina al neoliberalismo como una práctica de coerción política transnacional, cuyo efecto en países como los del cono sur les fuerza a acoplarse a los intereses de capitales extranjeros, impidiendo a las naciones gobernar su propio desarrollo. Efectivamente, el neoliberalismo es el gobierno de la economía por sobre la política. Ello se reconoce en la definición de neoliberalismo como doctrina económica, resumida en la valoración del libremercado y la empresa privada como entes primordiales al funcionamiento de la sociedad, en contraposición a una profunda sospecha y desmedro hacia el Estado y el actuar gobierno (Prügl 4).

Racionalidad neoliberal

El neoliberalismo como racionalidad es comprendido —desde una conceptualización foucaultiana— como un sistema que fundamenta su operación en la inserción de dinámicas mercantiles tanto en la gobernanza pública como en la dimensión más íntima y privada de las personas, configurando así subjetividades responsables (Prügl 4). El contenido discursivo de la racionalidad neoliberal son los valores de la libertad individual, la libre elección, y el empoderamiento. Dicho discurso produce sujetos como emprendedores del yo, y favorece entornos que llevan a los individuos a auto-regularse a favor de principios de mercado (Prügl 7). Desde esta comprensión, se entiende al neoliberalismo como un modo de gobernanza que no se reduce a la esfera económica o a las políticas de estado, sino que “produce sujetos, formas de ciudadanía y comportamiento, y una nueva organización de lo social” (Brown 37). Esta racionalidad “se mueve desde y hacia la administración estatal a los mecanismos internos del sujeto, construyendo normativamente e interpelando individuos como actores emprendedores” (Rottenberg 420).

Como resultado, vemos el forjamiento de subjetividades que organizan sus necesidades y deseos en torno a dinámicas mercantiles, quienes configuran sus trayectorias vitales a partir de la capacidad de elegir racionalmente y competir en los distintos mercados de la vida, interpretando el mundo que les rodea bajo métricas como el esfuerzo individual, la voluntad de decidir, y la capacidad de escalar hacia el éxito personal. El neoliberalismo produce sujetos caracterizados por el individualismo y la fijación con la auto-responsabilidad. Estos sujetos se identifican como individuos competitivos, y se sienten a sí mismos como responsables de su propio bienestar, comprendiendo tanto sus problemas personales como los problemas sociales como expresiones de inadecuación individual (Eisenstein 37). En tanto cada individuo es un agente mercantil racional, los infortunios del otro reflejarían falencias personales (inferioridad, debilidad), o bien falencias en su capacidad de adecuarse a la racionalidad correcta.

De esta forma, la gobernanza neoliberal, que transforma instituciones hacia su privatización y mercantilización, afecta también a las personas al fomentar su auto-percepción como sujetos activos e individuales que son responsables de su propio bienestar (Rottenberg 421). Este proyecto biopolítico, instaurado mediante profundas reestructuraciones sociales, controla totalmente los contextos de vida de las personas, incentivando en ellas necesidades y deseos que dan lugar a esta subjetividad neoliberal. Su poder constituye individuos responsables, los cuales, dotados de una perspectiva neoliberal para interpretar la sociedad, resultan interpelados a hacerse responsables sobre las problemáticas sociales que les aquejan, como la desigualdad de género (Prügl 7). Así, la responsabilización de la sociedad, como plantea Verónica Schild (73), se transforma en un “nuevo imperativo del empoderamiento femenino”, redirigiendo los problemas estructurales del patriarcado hacia la agencia individual de las mujeres.


Feminismo neoliberal

Valiéndose de sus herramientas biopolíticas para controlar a la ciudadanía mediante la proliferación de moralidad, sanciones sociales y deseos, el neoliberalismo busca ocultar su origen brutal en Latinoamérica, el cual —como indica Nelly Richard— pretende ser dejado atrás por medio de la excitación del consumo, lo cambiante, lo efímero y lo diverso (228). Podemos ver cómo su forma de gobierno es el gobierno de las subjetividades, aplastando la crítica y la resistencia no sólo mediante las armas, sino que, paralelamente, mediante la resignificación y cooptación de las ideas.

A partir del modelo de subjetivación esbozado es la ideología del feminismo neoliberal adquiere su forma. En breves términos, la neoliberalización del feminismo puede ser entendida como la incorporación de metas del feminismo en el proyecto político y económico de los mercados globalizantes (Prügl 13). Mediante un análisis político de la ideología y una aguda comprensión de los cimientos del neoliberalismo, Michaele Ferguson (230) detalla cuáles son las creencias políticas basales del feminismo neoliberal. En primer lugar, la individualización de la desigualdad, mediante la cual las desigualdades de género son reconceptualizadas como consecuencias de decisiones individuales, invisibilizando cualquier análisis estructural del género, y poniendo el peso de la responsabilidad, paradójicamente, sobre las mujeres. En segundo lugar, la privatización de respuestas políticas, donde los problemas experimentados por las mujeres son reinterpretados como situaciones individuales, que por consiguiente demandan soluciones individuales, tales como cambios de comportamiento o creencias, descalificando la organización colectiva y las vías políticas que buscan apelar a la desigualdad. En tercer lugar, la liberación mediante el capitalismo, desde la cual se plantea la participación económica de las mujeres como expresión de liberación femenina, entendida como su ejercicio libre del consumo y competencia en el mercado laboral “a la par” con los hombres.

De este modo, la sujeta feminista neoliberal, habiendo internalizado valores de responsabilización, individualización, empoderamiento mercantilizado y una conciencia social superficial, se caracteriza por reconocer la existencia de desigualdades de género, pero a su vez ignorar los mecanismos sociales, culturales y estructurales que las originan (Rottenberg 420). El feminismo pasa a ser entendido como el empoderamiento de las mujeres en términos mercantiles, o la capacidad de cada mujer de desafiar la adversidad y obtener el éxito. Las mujeres “empoderadas” son reconocidas como aquellas que encarnan la racionalidad neoliberal que las vuelve en emprendedoras de sus propias vidas. La táctica para enfrentar las desigualdades de género sería lanzarse a competir codo a codo con los varones, y señalando mediante el éxito de un puñado de mujeres que las limitantes estructurales o bien no existen, o bien son superables redoblando la agencia neoliberal.


Resignificación neoliberal del feminismo

¿Cómo ocurre esta reinterpretación del feminismo? Una de las primeras conexiones entre feminismo y neoliberalismo es, siguiendo a Nancy Fraser, el giro desde el debate por la redistribución derecursos, a la problematización primaria del reconocimiento, durante la segunda ola del feminismo (Rottenberg 421). En otras palabras, el paulatino distanciamiento de la crítica materialista del patriarcado llevaría al crecimiento de modos de feminismo informados por una racionalidad mercantil, o bien, de feminismos interpelables por ésta misma. Como coincide Prügl (5), el declive —posterior a la segunda ola feminista— de la política de izquierda y del análisis de clase posibilitaron la apropiación de ideas feministas por parte de la élite. Paralelamente, otros factores —inadvertidamente— incidieron en las condiciones propicias para la relación entre neoliberalismo y feminismo, como el auge de ideas dentro del feminismo enfocadas hacia lo individual (grupos de autoayuda, movimientos hazlo-tu-mismo, vertientes de auto-objetualización de la mujer), así como sucesos teóricos y políticos que dieron lugar a la tendencia de fraccionar al feminismo en múltiples grupos especializados de representación identitaria (Ferguson, 230). Por otro lado, ciertos desarrollos de ideas y demandas feministas dieron lugar, accidental o directamente, a situaciones que resultaron afines a los intereses del neoliberalismo (Prügl 4): el giro hacia las políticas del reconocimiento por sobre las de redistribución permitió validar “feminismos” carentes de análisis material o crítica económica, volviéndolos aptos para instituciones neoliberales o mercantiles; la lucha por valorizar el trabajo femenino y disminuir la desigualdad laboral de género devino en una mayor inclusión/explotación femenina en la esfera laboral sin resolver los problemas reproductivos, domésticos o de cuidados; el foco en la autodeterminación de las mujeres coincidió con el afán neoliberal de crítica a toda forma de programa o apoyo del gobierno o el Estado, entre otros.

Pero no todo fueron sucesos tangenciales. Siguiendo a Alejandra Castillo (89), el “conjunto de creencias compartidas, inscritas en instituciones y expresadas en acciones que implican la realidad” corresponde a lo que podría denominarse espíritu del neoliberalismo (Castillo 89). Los agentes del empresariado neoliberal (“cuadros administrativos, comerciales y técnicos”) son quienes obran en pos de la reproducción de este espíritu, abogando por la justificación de su orden económico mediante “retóricas de la libertad, la autorrealización y la autonomía” (Castillo 89). Estas retóricas, presentes en el discurso de los feminismos, han sido extirpadas de sus componentes emancipatorios y convenientemente resignificadas por los agentes del neoliberalismo desde una perspectiva de la racionalidad empresarial: libertad para decidir, autorrealización como potenciación de sí, autonomía como agencia emprendedora (Castillo 89).

Por lo tanto, el neoliberalismo, caracterizado por una capacidad de plasticidad y mutación que le permite resistir a prácticamente cualquier crítica (Gago), resulta capaz de incorporar los elementos críticos, subversivos y emancipatorios de forma inmunitaria para su propio fortalecimiento (Castillo 90), logrando la posibilidad de un acercamiento explícito al ideario del feminismo (particularmente al de corte liberal, dadas sus ideas sobre superación de la desigualdad de género dentro de los marcos del capitalismo [Prügl 5]).

Las consecuencias de esta aparente campaña de resignificación por parte del feminismo neoliberal sería replantear al feminismo como un dominio colonizado por el neoliberalismo, para así reforzar su propia racionalidad, ocultar las contradicciones constitutivas de la democracia liberal (capital/trabajo, patriarcado), y atribuir el éxito femenino a un determinado orden político y moral (Rottenberg 420). De este modo, el neoliberalismo se vuelve capaz de utilizar retórica feminista para responsabilizar a las mujeres de su condición (mediante conceptos como representación femenina, discriminación positiva, poder femenino, autonomía), presentando al empoderamiento como solución y a la vez reflejo de la agencia neoliberal por excelencia (competitividad, individualismo, gestión de sí, desarrollo personal).


Incompatibilidad del neoliberalismo con el feminismo

Habiendo expuesto el funcionamiento del sistema neoliberal, su modo de subjetivación, y sus mecanismos de cooptación del feminismo, resulta necesario explicitar las razones por las cuales sería posible argumentar que el feminismo neoliberal no es propiamente una rama más del feminismo, sino que todo lo contrario. Para este fin, resulta útil basarse parcialmente en la propuesta de Elizabeth Diggs, quien plantea cinco ejes en los cuales difieren las distintas tendencias políticas feministas, a saber: (1) enemigo u origen de la opresión femenina; (2) objetivos políticos o forma de gobierno, (3) estrategias y tácticas empleadas, (4) grupo de personas a las que se apela, y (5) doctrina y vocero de la perspectiva política. Dada su pertinencia ideológica a la temática tratada hasta ahora, abarcaremos los dos primeros a continuación.

(1) Distintas ramas teóricas y políticas del feminismo plantean diferentes perspectivas acerca del origen de la opresión femenina. A modo de breve e incompleto esbozo, algunas de estas teorías son: la apropiación histórica de la capacidad reproductiva, la sexualidad y fuerza de trabajo de las mujeres por parte de los varones (De Barbieri 154); las jerarquías de género reproducidas a partir de estructuras de parentesco e intercambio matrimonial que dan lugar a conjuntos de reglas que gobiernan la sexualidad y organizan la sociedad en base a asimetrías y clasificaciones (Rubin); la estructura de significado que proyecta que lo masculino equivale a la cultura y lo femenino a naturaleza a partir de estructuras de prestigio dominadas por hombres (Ortner y Whitehead 150-156); la sacralización ancestral de las capacidades reproductivas femeninas que desemboca en la articulación de las sociedades en torno a la diferenciación funcional de sus miembros, cuyos roles se tornan prescriptivos en base a la diferencia sexual y dan lugar a estructuras sociales de exogamia, sexualidad y familia dominadas por hombres (Cucchiari); la estructura de alteridad donde el hombre, en tanto supuesto sujeto universal y racional, se plantea como el Uno y define a la mujer como el Otro (De Beauvoir 6-12); o los conceptos y posiciones normativas derivadas oposicionalmente a partir de la diferencia sexual en tanto modo primario para significar la diferenciación social (Scott 42-46), entre otras.

Ninguna de estas teorías resuena con el ethos neoliberal. El neoliberalismo, al plantearse como un sistema de libertades y oportunidades, donde las y los individuos tienen el control —y deber— de velar por su bienestar y competitividad en tanto sujetos emprendedores, pretende representar la sociedad como una situación óptima de libre competencia en todos los aspectos, donde los sujetos que se adecúen correctamente a los imperativos de su racionalidad debiesen tener el éxito garantizado. En otras palabras, ideológicamente se pretende invisibilizar cualquier determinante estructural, resignificando las dificultades que enfrentan las mujeres (como las desigualdades de género, la violencia de género, el acoso sexual, las prescripciones de género, la cosificación, etc.) a nivel personal y moral: falta de esfuerzo, falta de ética, falta de actitud, falta de mentalidad empresarial. Por ende, el origen sociocultural de las desigualdades de género es ignorado bajo la doxa de igualdad de oportunidades, y el cuestionamiento es redirigido hacia la individualidad. El feminismo neoliberal no ve enemigos, sino que ve a las mujeres como sus propias carcelarias dada su deficiente incorporación a la economía y racionalidad de mercado —paradójicamente provocada por estrategias sexistas de acumulación originaria—, y ofrece como solución el nuevamente dogmático refuerzo de las condiciones su proyecto y doctrina política.

(2) En base a su doctrina económica, el gobierno neoliberal aboga por la ausencia de gobierno en tanto institución capaz de regular la vida pública, para, en su lugar, ejercer el gobierno biopolítico de las subjetividades a partir de la intromisión de fuerzas mercantiles en todos los aspectos de la vida. En este sentido, el neoliberalismo es capaz de gobernar poblaciones diseminando su poder; es decir, como una red productiva que forma saberes, induce placeres, crea objetos y produce discursos (Foucault). Los saberes y discursos neoliberales ya han sido tratados; no así los placeres. Siguiendo a Ferguson, (231), el feminismo neoliberal ofrece el atractivo de presentarse como una opción política que, a pesar de reivindicar derechos y protagonismo para las mujeres, carece de los roces que esto suele implicar para las demás ramas del feminismo: no propone conflictos entre grupos sociales (como los géneros o las clases) al situarse como una causa de mejoramiento individual; no identifica un enemigo (como los hombres o el patriarcado) sino que refiere a las oportunidades para superar dichos obstáculos; no condena prácticas ni les atribuye subtextos morales (evitando problematizar relaciones sexuales ni prácticas de consumo); se plantea como tolerante de todas las elecciones individuales de las mujeres en tanto mujeres (evadiendo así toda crítica individualizada); y fomenta el pluralismo al cegarse a la identificación de antagonismos sociales.

En base a la tácticas anteriores, se revela que el objetivo político o forma de gobierno del feminismo neoliberal es mantener el statu quo del neoliberalismo haciendo caso omiso a los determinantes estructurales de la opresión femenina. Por el contrario, su reivindicación de las problemáticas femeninas pasa directamente al fomento de la incorporación de mujeres al mercado, las jerarquías, y en distintas proporciones a los puestos de poder (Eisenstein 47), sin atender a las razones subyacentes a la desigual distribución de poder, recursos y responsabilidades según el género. Por ende, vemos cómo grandes empresas se vanaglorian de incorporar mujeres en sus cargos sin problematizar sus prácticas de explotación humana y ecológica; cómo gobiernos conservadores se escudan en proponer representantes mujeres que siguen reproduciendo ideas sexistas y discriminatorias; o cómo movimientos políticos de derecha destacan su militancia femenina que sin embargo continúa con la esencialización de una feminidad subyugada y reducida a la maternidad. En abierta contraposición con lo que las feministas han problematizado en torno a la política, todo lo anterior coincide directamente con lo que Julieta Kirkwood categoriza como lo que no es hacer política de las mujeres: no basta simplemente el gesto de incorporar mujeres a una política —electoral, partidista, local— que ya está en marcha y que posee conductas políticas predefinidas (Kirkwood 12, 13). Por el contrario, la introducción de la dimensión de las diferencias de género a la política busca que los argumentos feministas operen como un “eje de enfrentamiento colectivo al sistema de discriminación socio-masculino, pero también de vector de cuestionamiento de los modelos ortodoxos de pensar y hacer (la) política” (Richard 229). En otras palabras, el cuestionamiento feminista a la política y las formas de gobierno, como base, implica una afrenta al problema estructural de la dominación masculina que ha permeado tanto las dinámicas políticas como el funcionamiento de sus instituciones. Por esta razón, Nelly Richard plantea que la conciencia de género pretende, además de entablar una alianza con otras luchas de liberación social, “descentrar y complejizar la referencialidad al poder de estado, cuya versión totalizante y centralizante orientaba el entendimiento de la política tradicional” (229). En la misma línea, Julieta Kirkwood plantea que el feminismo debiese ser una práctica política capaz de dar habla a los condenados de la tierra (Castillo 9).


Neoliberalización y desarticulación de la política feminista

El feminismo neoliberal reconfigura la política feminista, poniendo como meta emancipatoria la cúspide de la autosuperación, figurando los obstáculos de la desigualdad de género como internos o personales, e invisibilizando las condicionantes sociales que inciden en la desigualdad y opresión (Medina-Vincent 4). De este modo, otorga primacía a ideas feministas que resuenan con agendas mercantiles, en un contexto de reducción del Estado hacia organizaciones de la sociedad civil, redes transnacionales de expertos, y profesionalización de activistas (Prügl 7). De modo paralelo, los componentes ideológicos de la individualización y la responsabilización tienen el efecto de menoscabar las demandas que podría hacer el feminismo hacia el Estado o hacia otros grupos como los varones, desactivando también la confrontación con los elementos de la sociedad que se contraponen a la igualdad de género (Rottenberg 11). En este sentido, el auge del feminismo neoliberal perjudica a otras ramas del feminismo al normalizar la idea de proponer la acción individualizada como praxis política (Rottenberg 432), individualizando los cambios sociales en lugar de la movilización popular, y al orientar cada vez más a las mujeres hacia focalizarse en sí mismas y su bienestar individual (Rottenberg 432), dejando inexploradas otras posibilidades de emancipación comunitarias y revolucionarias postuladas por otros feminismos.

De modo contrario, y también como forma de afianzar su meta despolitizante, el feminismo neoliberal incurre en la proposición de una igualdad ilusoria, en el sentido de que la presencia de iniciativas, demandas y consignas feministas —colonizadas por la ideología neoliberal— dan la impresión de que existiera un interés político y empresarial por una verdadera igualdad de género, siendo que en el fondo dichos gestos están desactivando la capacidad emancipatoria del feminismo y de otros movimientos sociales (Rottenberg 432). El problema yace en el hecho de que la crítica potencial del feminismo de tipo neoliberal ha sido circunscrita con anterioridad dentro de los parámetros permitidos por el mismo neoliberalismo (Rottenberg 433), y de este modo, su potencialidad real de crítica es inofensiva.

Nos encontramos, entonces, ante un doble del feminismo: un impostor que pervierte y coopta ideas feministas para sabotear su potencial crítico y poner sus perversiones resignificadas en función de fines no-feministas (Ferguson 224, Medina-Vincent 3). Beneficiándose de su complicidad con el sistema hegemónico del neoliberalismo, así como de la total ausencia de componentes antagónicos o subversivos en su teoría, el feminismo neoliberal amenaza con volverse en “el” feminismo. Sus resignificaciones despolitizadas de conceptos y tácticas feministas están volviéndose mayoritarias, a la par de una ofensiva estigmatizante de las ramas del feminismo que sí son críticas con el patriarcado y el capital. Se trata de la contraofensiva altamente estratégica de un sistema que se reconoce amenazado por el avance feminista, y que, al respecto, se encuentra en este mismo instante desplegando minúsculas estrategias discursivas para desarticular desde adentro el potencial revolucionario de la práctica feminista.


Obras citadas

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Apuntes y ensayos sobre estudios de género, sociología del cuerpo y teoría feminista por Bastián Olea Herrera, sociólogo (Universidad Alberto Hurtado) y magíster en sociología (Pontificia Universidad Católica de Chile). bastimapache