Contexto y cambio social desde la lingüística sistémico funcional

Esta revisión bibliográfica consistirá en una descripción breve de la lingüística sistémico funcional como conjunto de teorías y herramientas analítico-conceptuales a cargo de los textos de Mary Schleppegrell (2014) y Ghio et. Al. (2008), seguido de dos textos acerca del arraigo social del uso del lenguaje, de acuerdo a los textos de Fairclough (2003) y Van Dijk (2008). El conjunto de conceptos presentado por estos cuatro trabajos posibilitará un breve esbozo acerca del cambio social posibilitado por el uso político del lenguaje.

Schleppegrell: Lingüística sistémico funcional y el concepto de registro

De acuerdo con Mary Schleppegrell (2014), la lingüística sistémico funcional ofrece un variado conjunto de teorías para realizar estudios del discurso, caracterizados por la autora como un paradigma que utiliza la búsqueda de patrones lingüísticos como herramienta para indagar en la construcción de la realidad sociocultural. En este sentido, la lingüística sistémico funcional explora los significados presentes en el uso del lenguaje (Schleppegrell, 2014, p. 21), definiendo al lenguaje como una red de sistemas de selección de significantes (Ibíd., p. 22) mediante los cuales las y los actores producen y comunican significados (Ibíd., p. 29). En este sentido, la autora relaciona el uso del lenguaje con determinados contextos sociales (Ibíd., p. 21), debido a que las elecciones lingüísticas que las y los actores realicen dependerían de la contextualización del acto enunciativo. Dichas elecciones corresponden al concepto de registro (Ibíd., p. 22). En otras palabras, registro es la recurrencia contextualizada respecto de diferentes sistemas de lenguaje, de modo que la enunciación resulte adecuada a un determinado contexto social.

Desde la noción de registro, el lenguaje se entiende como un sistema de significación contextualizado; es decir, que adquiere su forma –y es formado– de acuerdo al contexto en que se utiliza (Schleppegrell, 2014, p. 21). Las elecciones lingüísticas que los actores realizan en los contextos en que se sitúan construyen distintos registros, y en tanto el lenguaje conforma una red dinámica en base a las elecciones realizadas, el uso del lenguaje da lugar a la mantención o al cambio performativo de los sistemas (Ibíd., p. 22).

Las posibilidades de significación de los textos son desagregadas en las distintas metafunciones del lenguaje, las cuales comprenden tres funciones abstractas relacionadas a las elecciones realizadas: ideacionales, que construyen experiencias a partir de la realidad social; interpersonales, que enactan algún tipo de relación entre los hablantes o elementos; y textuales, que relacionan una cláusula, actuación o constructo con la función de organizar un texto (Ibíd, p. 21). A su vez, la relación entre el lenguaje y el contexto se divide en otras tres categorías abstractas: campo, referente a lo que sucede en la actividad social representada; tenor, acerca de las relaciones entre quienes toman parte en dicha actividad; y modo, que es el rol que juega el lenguaje en la actividad (Ibíd., p. 22). Estos tres últimos conceptos responden al contexto y las elecciones realizadas por el enunciante.

Ghio y Fernández: Semiótica y cambio social desde la lingüística sistémico funcional

Las autoras Elsa Ghio y María Delia Fernández (2008) describen la lingüística sistémico funcional desde las dos vertientes comprendidas en su nombre.

En primer lugar, la lingüística sistémico funcional describe al lenguaje como una “red de opciones interrelacionadas entre sí” (Ibíd., p. 26), dado que comprende la semiosis como el proceso de selección de opciones de significación contextualizadas, implicando una distribución de posibilidades gramaticales que dependen del contexto y la situación de enunciación. Por esta razón, la lingüística sistémico funcional se denomina como sistémica.

En segundo lugar, la lingüística sistémico funcional plantea que el estudio de las recurrencias de la función comunicativa del lenguaje permite elaborar inventarios acerca de los modos de hablar o registros de las distintas comunidades, pero más aún, permite desarrollar una relación dialéctica de la utilidad social del lenguaje al relacionar los usos sociales de la lengua con el sistema social (Ibíd., p. 23). En virtud de lo anterior, la lingüística sistémico funcional se denomina como funcional.

La lingüística sistémico funcional ve al lenguaje como una herramienta para construir e interpretar significados en distintos contextos sociales. Desde esta idea, el lenguaje es percibido como un elemento activo en la construcción de realidad, en tanto involucra lo semiótico, factor complementario a la energía material que cambia la realidad (Ghio y Fernández, 2008, p. 14)

El estudio de la semiótica comprende el estudio general del significado y los sistemas semióticos (Ibíd., p. 13), entendidos como sistemas de significación que dan lugar a la producción y el intercambio social de los significados (Ibíd., p. 14). Siguiendo a Halliday (2003, p. 4, en Ghio y Fernández, 2008, p. 14), las energías semiótica y material operan de forma paralela. Lo semiótico se actualiza en correspondencia a las condiciones materiales, y en este sentido, sería un reflejo de lo material. Pero Halliday plantea que la energía semiótica va más allá de lo material:

“El lenguaje no es un reflejo pasivo de la realidad material; es un participante activo en la constitución de la realidad, y todos los procesos humanos (…) son el resultado de fuerzas que son al mismo tiempo materiales y semióticas. La energía semiótica es concomitante o complementaria de la energía material que produce cambios en el mundo.” (Halliday, 2003, p. 4, en Ghio y Fernández, 2008, p. 14)

De este modo, la semiótica juega un rol paralelo a lo material y lo práctico en el cambio social, siendo el lenguaje su “principal fuente de poder” (Ibíd., p. 14), y por consiguiente, una herramienta principal para el cambio social. En este sentido, las autoras interpretan al lenguaje desde un enfoque social, donde la construcción e interpretación de significados se realizan dentro del marco de determinados contextos sociales (Ibíd., p. 13), y como un modo semiótico de significación motivada social y culturalmente (Ibíd., p. 15).

Finalmente, la manera en que el aspecto sistemático del lenguaje se traduce en textos (orales o escritos) se abarca mediante el proceso de instanciación, que retrata la relación entre el horizonte de posibilidades del lenguaje como sistema y la realización o manifestación del significado en un texto, donde el tipo de situación reduce la elección de posibilidades lexicogramaticales en un conjunto de tipos de textos o registros posibles. En este sentido, existe una brecha entre lo posible y lo factible, que es mediada por factores situacionales y contextuales, que en gran medida refieren al entorno social en el que se desenvuelve el acto comunicativo, o bien, a los factores materiales y estructurales que condicionan al potencial semiótica del lenguaje.

Fairclough: Lenguaje como práctica social

Ghio y Fernández (2008) definen la estructura como la “configuración de las opciones concretas que el hablante realiza en las relaciones sintagmáticas” (p. 26), es decir, la instanciación de un texto dadas las opciones de elección determinadas por el contexto. De acuerdo con Fairclough (2003), la estructura social define un conjunto potencial de posibilidades (p. 23), ya sea mediante la clase social, el lenguaje, o el modelo económico (entre otros) que definen el contenido las posibilidades. Desde una dimensión lingüística, estas posibilidades pueden referir a las elecciones lexicogramaticales posibles en un registro y contexto dados, y su potencialidad puede referir a la instanciación del enunciado.

La relación entre lo posible y lo real, entre estructura y agencia, sería mediado por prácticas sociales, y se enmarcan bajo un orden del discurso. Los órdenes del discurso refieren la organización de los elementos lingüísticos que toman forma en redes de prácticas sociales en su aspecto correspondiente al lenguaje, dando lugar a una organización social de la variación lingüística (Fairclough, 2003, p. 24), o bien, a la sobredeterminación del lenguaje por obra de elementos sociales (Ibíd., p. 25). Entonces, los órdenes del discurso serían el control y organización social de la variabilidad lingüística y sus elementos, lo que en consecuencia volvería a los textos en productos de las estructuras y configuraciones específicas de prácticas sociales determinadas. En este sentido, las prácticas sociales referirían a la articulación de las posibilidades lingüísticas con los elementos sociales correspondientes al contexto o situación (Ibíd., p. 25).

En consonancia con las postulaciones de Halliday (Halliday 1978; 1994, en Fairclough, 2003, p. 24), el lenguaje –como uno entre varios sistemas semióticos– ofrece maneras particulares de representar un aspecto de la realidad (Fairclough, 2003, p. 26). Los textos, mediante el lenguaje, pueden representar aspectos del mundo social y material mediante el saber o el “control sobre las cosas”, enactar relaciones sociales o actuar sobre otros/as, e identificar mediante la conexión de entidades y fragmentos textuales entre sí y con el contexto más amplio (Ibíd., pp. 27, 28). Así, y basándose en las funciones de Halliday, Fairclough desglosa tres tipos de significado ofrecidos por los textos, correspondientes a representación, acción, e identificación. Para Fairclough, analizar los textos desde dicha desagregación abstracta del significado permite ofrecer una perspectiva social al análisis textual, conectando eventos sociales con prácticas sociales abstractas (Ibíd., 28)

A partir de la representación se puede analizar el discurso; a partir de la acción, los géneros; y desde la identificación, los estilos (Fairclough, 2003, p. 29). Los tres se distinguen analíticamente, pero fluyen unos sobre otros, en tanto conforman una dialéctica compleja, donde se ven relacionados con procesos foucaultianos de subjetivación en relación al saber, las relaciones de poder, y la identidad (Ídem). Este esquema de análisis discursivo –que comprende géneros, discursos y estilos– se situaría a un nivel intermedio, entre el texto y el contexto social, y sus elementos se articularían bajo los órdenes del discurso (Ibíd., p. 38).

Van Dijk: Contexto y uso del lenguaje

Comprender y comunicarse implica un cierto conocimiento acerca del mundo, respecto de los hechos generales que enmarcan una situación y posibilitan la comprensión de los elementos lingüísticos que componen los enunciados.

Este conocimiento, indispensable para la producción e interpretación de textos, contiene “categorías como las identidades y roles, ubicación, tiempo, institución, acciones políticas, y saber político, entre otros” (Van Dijk, 2008, p. 3), y se denomina contexto. Desde está noción, el uso del lenguaje debe ser estudiado en relación a su entorno social (Ibíd., p. 4), y por lo tanto, las diferencias en su uso resultan entendidas de acuerdo a los factores que son particulares a cada contexto. A nivel local, dichos factores devienen conocimientos implícitos o previos, incorporados en los textos de forma indirecta (Ibíd., p. 19). Llevando la noción de contexto hacia un nivel epistémico, resulta posible plantear que el grado de “verdad” de distintos enunciados o creencias varía según su contexto de producción e interpretación, y que por lo tanto, la verdad no es absoluta, sino contextualizada (Ibíd., p. 11), de acuerdo a los ensamblajes circunstanciales de factores contextuales –sean sociales, materiales, o semióticos– que se den en cada situación (Ibíd., p. 14).

Van Dijk (2008) plantea que los eventos comunicativos dependen de categorías convencionales de origen cultural; es decir, se esquematizan de acuerdo a elementos que surgen del contexto local, y por consiguiente, el contexto constituye un esquema primordial para la interpretación efectiva de textos en la interacción social (Ibíd., p. 17). Del contexto, entonces, dependen la producción e interpretación de textos, determinando así las estructuras discursivas (Ídem), al influenciarlas de acuerdo a sus elementos constitutivos.

Siguiendo al autor, el uso del lenguaje posee un arraigo local y situacional, donde el contexto juega el rol crucial de socializar en los individuos los contenidos subjetivos apropiados para la comunicación, los cuales van siendo adaptados y planificados de forma dinámica por los actores con la finalidad de adecuarse a las condiciones de cada evento social (Ibíd., p. 18). En este sentido, las estrategias elaboradas en torno al contexto tienen implicancias intersubjetivas que son fundacionales a la posibilidad misma de interacción social.

Conclusión

Cómo se planteó desde Schleppegrell (2014), el lenguaje corresponde a un sistema de significación contextualizado. En Ghio (2008), este sistema toma la forma de una red de opciones interrelacionadas entre sí, donde la semiosis corresponde a la selección contextual de opciones de significación. De acuerdo con Fairclough (2003), esta red de opciones interrelacionadas es determinada en sus elementos y posibilidades por la estructura social, la cual configura de forma concreta las elecciones disponibles para las y los actores, en función de las desigualdades de poder reificadas en los distintos posicionamientos sociales y dimensiones de opresión (de clase, raza, género, etc.). Esto se encuentra en correspondencia con el diagnóstico de Foucault (2005) acerca de limitaciones sociales o prohibiciones respecto de lo que puede o no ser dicho, configuradas –según las perspectivas de la lingüística sistémico funcional tratadas en el presente ensayo– a partir de las posibilidades de enunciación correspondientes a cada posicionamiento social de los actantes.

Entonces, y en consonancia con Schleppegrell (2014), los distintos sistemas de selección de significantes varían en función del contexto social, donde distintos contextos producen distintas elecciones a la hora de enunciar: el registro, que según Fairclough (2003) se adecúa dinámica y planificadamente en función al diagnóstico situado de las y los sujetos. En este sentido, la contextualización del lenguaje, traducida en registros, depende de la agencia de los sujetos, en el sentido en que éstos pueden planificar sus elecciones lingüísticas con respecto a la circunstancia específica en la que se encuentren inmersos. Lo anterior posibilita una cierta performatividad de los registros, entendiendo como performatividad “la práctica reiterativa y citacional mediante la cual el discurso produce los efectos que nombra” (Butler, 2014), ya que, volviendo a Schleppegrell (2014), las elecciones ejercidas son capaces de mantener o cambiar los sistemas semióticos que son habituales a cada contexto.

De este modo, si bien los registros pueden ser caracterizados y puntualizados de acuerdo a sus similitudes y diferencias, Ghio (2008) plantea que los registros se encuentran sujetos a cambio y actualización, en tanto se relacionan dialécticamente con el sistema social, y por ende, con los contextos que influyen en las estrategias de elección seguidas por los sujetos. En este sentido, lo semiótico y lo material se entrelazan. El lenguaje actualizado mediante la performatividad de las elecciones semióticas modifica los registros posibles en cada situación contextualizada de forma contingente, afectando las posibilidades delimitadas por la instanciación. La instanciación –continuando con Ghio (2008)– refiere a la tensión entre lo simbólico y lo material; es decir, entre lo que se desea enunciar y las posibilidades determinadas en el registro por medio del contexto, codificadas en la potencialidad de realizar el acto enunciativo constreñido por los factores contextuales y estructurales. La potencialidad de modificar el registro mediante enunciaciones previamente inaceptables, es decir, de cambiar performativamente los sistemas de significación, es mayor en contextos donde la hegemonía se encuentre agrietada, en tanto el ensamblaje semiótico-material presente una oportunidad de disputa favorable dentro de la correlación de fuerzas. De este modo, y tal como afirma Halliday (2003, p. 4, en Ghio y Fernández, 2008), la energía semiótica adquiere potencialidad de instanciación cuando las condiciones materiales y sociales lo permitan, posibilitando el ejercicio de presión social sobre el orden del discurso por medio de la configuración concreta de los enunciados.

De acuerdo con Fairclough (2003), el orden del discurso corresponde a la organización de la variación lingüística, comprendiendo las diferentes prácticas sociales de interacción verbal (oral y escrita); es decir, las relaciones prácticas que acontecen en las interacciones sociales protagonizadas por sujetos ubicados en distintos contextos y posiciones dentro de la estructura social, y las potencialidades enunciativas gestadas en la intermediación de las relaciones de poder latentes entre ambos individuos. Lo anterior reafirma la noción de que el contexto da lugar a configuraciones específicas y únicas de experiencias, percepciones, saberes, opiniones, emociones, y perspectivas, que se traducen en discursos contingentes a dicha contextualizción (Fairclough, 2003, p. 16). Integrando a Van Dijk (2008), cada uso del lenguaje denota una contextualización distinta, ya sea en el manejo de información o el grado de la misma, y en consecuencia, con una configuración discursiva contingente a la ubicación del sujeto en la estructura social. En este sentido, podríamos entender al contexto como un proxy de la ubicación interseccional de los sujetos en las dimensiones que configuran las identidades particulares de cada individuo (Crenshaw, 1991), dando lugar a experiencias y discursos únicos de acuerdo a su posición en la estructura social, y que resultan más complejos que la mera suma de la pertenencia a distintos grupos oprimidos u opresores.

Si consideramos la diversidad de configuraciones identitarias respecto a las posiciones en la estructura social e intersecciones en las dimensiones de opresión que puede tener cada sujeto, lo real para cada identidad dependerá de las posibilidades enunciativas e interpretativas que su contextualización y registro particulares puedan proveer, siempre y cuando entendamos la conjunción de ambas en el estrato material de la sociedad como una determinada posición en las relaciones de poder, y por ende, en las posibilidades de enunciar. Entonces, la verdad resulta disputable, de acuerdo a las oportunidades semióticas disponibles en el horizonte de posibilidades que la configuración material de la realidad, en tanto estructura, posibilite para cada sujeto y en cada momento histórico. De dicho modo, lo que podemos decir en cada situación depende de nuestra identidad como sujetos socialmente posicionados y de la situación social dada, y de la misma manera, lo que no podemos decir se desprende a partir de la configuración de elecciones lingüísticas que se nos presenta según la propia condición social en relación al contexto y al otro.

“Uno sabe que no tiene derecho a decirlo todo, que no se puede hablar de todo en cualquier circunstancia, que cualquiera, en fin, no puede hablar de cualquier cosa.” (Foucault, 2005, p. 14)

Parafraseando a Foucault: ¿Tomará el sujeto la oportunidad para hablar sobre aquello que no tiene derecho de decir?

Referencias:

  • Butler, J. (2014). Bodies That Matter. On the Discoursive Limits of Sex. Routledge.
  • Crenshaw, K. (1991). Mapping the Margins: Intersectionality, Identity Politics, and Violence against Women of Color. Stanford Law Review, 43(6), 1241-1299. doi:10.2307/1229039
  • Fairclough, N. (2003). “Texts. social events and social practices“. En Analysing Discourse. Textual analvsis for social research. pp. 21-38. London/New York: Routledge.
  • Foucault, M. (2005). El orden del discurso. Argentina: Tusquets Editores.
  • Ghio, E. y Fernández, D. (2008). “Antecedentes y fundamentos de la LSF”. En Lingüística Sistémica Funcional. Aplicaciones la Lengua Española. pp. l-29.
  • Schleppegrell, M. (2014). “Systemic Functional linguistics”. En: The Routledge Handbook of Discourse Analysis, pp. 21-34.
  • Van Dijk, T. (2008). “Towards a theory of context”, En Discourse and Context. A Sociocognitive Approach. Pp. 1-27.