El tema del acoso callejero empezó a discutirse en redes sociales y medios comunicacionales luego de que ciertos sucesos puntuales plantearan al piropo como algo permisible, parte de la coquetería o galantería masculina, o incluso, como algo que puede ser deseado por algunas mujeres. Miles de testimonios de acoso callejero fueron tuiteados por mujeres hartas de la normalización de esta forma de violencia. Muchos de estos testimonios fueron plasmados en el libro digital “Somos muchas: Historias de acoso callejero y otras malas yerbas”, donde se exponen temáticamente algunas de las historias más representativas.
La discusión sobre piropo y acoso callejero tomó diversas aristas: desde discusiones semánticas sobre lo que es o no un piropo, sobre si el piropo es o no acoso callejero, o sobre si existe un supuesto piropo aceptable; hasta casos de mujeres que sí gustan de los piropos, pasando por tantas situaciones de piropo como piropos mismos han sido recibidos por mujeres.
Entendamos el piropo como un comentario no solicitado sobre la apariencia o cuerpo de una persona, en su mayoría enunciado por hombres hacia mujeres. Un piropo no es sinónimo de acoso callejero, sino que es uno entre muchos otros componentes del acoso callejero. Un piropo también puede darse en un contexto privado, como en el lugar de trabajo o el lugar de estudios. En ambos casos (en el ámbito público y privado), un piropo constituye una forma de acoso sexual, en tanto refiere a un avance sexual no solicitado de tipo verbal, ya sea una invitación, solicitud, opinión, comentario, o expresión de naturaleza sexual que usualmente refiere al cuerpo o apariencia de las mujeres.
En un nivel más abstracto de análisis, fuera de casuística, anécdotas o excepciones, lo cierto es que el piropo es machismo. Continua leyendo “El piropo es machismo”